LAS CORONAS Y EL ROSTRILLO DE LA CORONACIÓN PONTIFICIA DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DEL PRADO Y EL NIÑO JESÚS

Cuando en noviembre de 1966, el Obispo-Prior, D. Juan Hervas y Benet, anuncia la coronación pontificia de la imagen de la Santísima Virgen del Prado, después que la Ilustre Hermandad de nuestra Patrona lo solicitara por primera vez en 1929 y una vez restaurada la Catedral; se plantea la realización de unas coronas y rostrillo con valor artístico para el día de la Coronación Pontificia de la imagen de la Virgen, que se fijó el 28 de mayo de 1967.

 

Don Juan al anunciar la coronación manifiesta respecto a la corona: “no se le debe ofrecer de oro, pues la Virgen no quiere que hagamos dispendios en algo que pueda parecer lujo u ostentación. Pero es su deseo que la corona de plata, que ofreció la Hermandad, sea enriquecida con las joyas que han ido ofreciendo y ofrezcan las almas devotas, dentro de la línea que marcaron la tradición y el arte”. Con estas premisas la Comisión Ejecutiva Pro Coronación, en la cual formaban parte entre otros, el Consiliario de la Hermandad, M. I. Sr. D. Bartolomé Miquel Díez, y miembros de la Ilustre Hermandad, Corte de Honor de la Virgen del Prado y del Cabildo Catedral, se pusieron a trabajar sobre el orfebre que debería hacer las coronas de la Virgen y del Niño Jesús. Decidiendo al final que fuera el orfebre, José Puigdolers O. Vinader, un orfebre que tenía su estudio en la calle Barquillo nº 10 de Madrid y que estaba dedicado exclusivamente  a  la  orfebrería  religiosa,  que  lleva  confeccionadas  más  de  70  coronas  para  otras  tantas  vírgenes,  patronas de distintas ciudades de nuestras geografía nacional.

 

En la junta general de la Ilustre Hermandad celebrada el lunes 16 de enero de 1967, se informó que el orfebre elegido era el ya citado José Puigdolers, quien guardaba en su archivo una fotografía a tamaño natural de la corona imperial desaparecida en 1936, quien la labraría en plata sobredorada con aditamento de valiosas y variadas joyas, que formaban parte del tesoro de la patrona y algunas otras que donaron devotos de la Virgen mientras se estuvo realizando esta; pagándose su realización con los fondos de la Ilustre Hermandad, donaciones del pueblo de Ciudad Real a través de una suscripción que se realizó para que aportaran su donativo los ciudadrealeños,  y con los fondos obtenidos con una postulación que se realizó para este fin.

 

Don Juan Hervas y Benet, en una entrevista realizada por Cecilio López Pastor, y publicada en el diario “Lanza” el domingo 2 de abril de 1967, dice lo siguiente de la nueva corona: “Ayer estuve en los talleres del señor Puigdollers, y vi tan adelantados los trabajos de la Corona y del “rostrillo” de la Virgen, así como de los de la graciosa Corona del Niño; vi la obra de cincel y repujado, y las alhajas y joyas para el ornato de la coronas –ya todo preparado para su montaje- que todavía me duran la admiración y el entusiasmo. He podido comprobar que el orfebre ha trabajado no tan sólo como profesional, sino como devoto. ¡Había que oírle y verle! 72 joyas, con un promedio de dos tuercas por pieza, y unas 450 horas de taller, sólo para preparar el montaje de las joyas. Verdaderamente, el orfebre señor Puigdollers ha sabido distribuir las joyas con arte exquisito. Pero además del arte, hemos visto amor en su trabajo, amor a la Santísima Virgen. ¡Hasta dos magnificas amatistas que han sido adquiridas por el orfebre en París, y donadas para la Corona como aportación personal de su devoción!

 

-¿Resulta hermosa la corona?

¡Hermosísima! Perdone, si parece que exagero un poco, pero no creo que me ciegue el amor y que mis afirmaciones no sean exactas. Ya sabe que la Corona de la Vírgenes de forma imperial, muy característica de la Virgen del Prado. Las joyas han sido dispuestas y combinadas de tal manera que los donantes las puedan reconocer a simple vista; y están colocadas tan acertadamente que parecen hechas a propósito con la finalidad de enriquecer y embellecer las Coronas y el “rostrillo”. Queda destacado el amor de los Obispos que se han sucedido en la sede cluniense, los cuales aportan sus cruces pectorales y sus anillos. He llegado a sentir hondamente la tierna devoción de los piadosos donantes que, a lo largo del tiempo y en nuestros días, han querido dar a la Virgen lo mejor que tienen, las alianzas de su amor, las joyas que marcaron la cumbre de los principales acontecimientos familiares, sus recuerdos más entrañables… Todo les ha parecido poco para su Madre. Y en realidad ¿quién mejor que Ella, que es Madre de Dios y Madre también de todos los hombres, puede ostentar lo que los hombres más aprecian de la tierra?

 

-Sus palabras señor Obispo me hacen pensar en un interesante anecdotario de amor a la Virgen del Prado.

 

Si, ciertamente. El anecdotario es tan rico que no hay palabras humanas que lo puedan recoger. Muchas cosas, grandes cosas ocurren y se desenvuelven tan sólo en el secreto más íntimo de los corazones. Pero aquí y allá se pueden sorprender algunos detalles. Todos los días, gota a gota, van llegando a las oficinas del Obispado y al cepillo de la Catedral, los donativos de los fieles. Todos, pobres y ricos, cada uno según sus posibilidades, van ofreciendo el testimonio de su devoción y todos coinciden en un mismo sentimiento de amor a Nuestra Señora. Hoy mismo me ha conmovido esta escena. Bien de mañana, a una hora desusada, una mujer ha acudido a las oficinas todavía cerradas del Obispado. Alguien ha acudido a sus llamadas. ¿Qué desea? Venia porque ayer dejé aquí mi donativo para la coronación y me tomaron mi nombre. Pero no tomaron el de mi difunto marido. Quiero que conste su nombre. El hubiera dado más, pero por lo menos que ponga ahí que lo doy en sufragio suyo, porque era muy devoto de Nuestra Señora… Sin duda esta mañana se han dibujado dos sonrisas de gratitud en el Cielo. La de Nuestra Señora y la de su fiel devoto. Otro día se presentó en la sala de visitas un ciego, que vende cupones en nuestras calles. Trae unos pendientes de oro. Son de su mujer. ¡Pero él y su mujer quieren colaborar a la Coronación de la Virgen! No quieren dar sus nombres. Solo quieren que conste su amor. Una ciudarrealeña que vive fuera, lee en un periódico de Madrid la noticia de la próxima Coronación de la Virgen del Prado. ¿Cuál será su aportación? Es viuda y no abunda en dinero, pero quiere hacer algo… ¡Ah, sí! “El” apreciaba mucho un alfiler de corbata, que solamente lucía en las grandes fiestas. Es de oro y tiene un gran brillante. Lo envía por medio de una sobrina suya residente en Ciudad Real. En el recibo que se le entrega, se hace constar la aceptación condicional, pues la corona ya se está haciendo. La joya es enviada al orfebre, y ¡gran sorpresa! Se trataba de un diamante de gran categoría, que ocupará un lugar muy destacado en la corona. Una pobre mujer ha querido entregar lo que tenía: un juego de pulseras y brazaletes que su padre le trajo de Marruecos y que a ella le recuerda tantas cosas bellas de tiempos lejanos. ¿Su nombre?, le preguntaron. No importa. ¡Basta que lo conozca la Virgen! Perdone no me extiendo más, pues habría mucho que decir, Y perdonen también los donantes si no recojo más detalles de tantos rasgos de amor y generosidad como en estos días, calladamente, como solo sabe hacerlo el que ama de verdad, se están dando en Ciudad Real.

Veo, señor Obispo, en su descripción, que vive todos los detalles de la Coronación como algo muy entrañable suyo.

 

Ciertamente no podía ser de otra manera. No puedo contentarme con intervenir en la Coronación por razón del cargo y deseo poner también mi parte personal.

 

-El señor Obispo pone algo muy importante para la Coronación: la iniciativa –que responde ciertamente a la aspiración de todo un pueblo-, y sus trabajos infatigables en honor de Nuestra Señora.

 

Es cierto que he querido añadir un poco más. El Obispo de Ciudad Real fue el primero que tuvo el honor de pedir en pleno Concilio la glorificación de la Virgen Santísima como “Madre de la Iglesia”. Todos conocen también mi amor entusiasta a la Virgen del Prado. Pero he querido añadir una nota entrañable que estoy seguro agradará mucho a la Madre del Cielo y a los hijos que todavía vivimos en la tierra: he regalado a la Virgen del Prado dos anillos, el de mi madre y el mío. No sé si sabrá usted lo que se cuenta de San Pío X. Mostrándole su madre su anillo de bodas, y mirando después el anillo pastoral de su hijo, cuentan que le dijo estas palabras: “Sin este anillo, no tendrías el tuyo”. Le quería decir que él, ya Obispo, podía llevar el anillo pastoral por lo que le debía a su madre. Pues bien, el anillo de mi madre y el anillo pastoral de su hijo pasan a la propiedad de la Virgen del Prado, para colaborar en su Coronación. El anillo de mi madre está muy gastado. ¡Lo llevaron unas manos que trabajaron mucho por su esposo y por sus hijos! El anillo pastoral del hijo es más valioso que el de la madre, pero quiere fundir su oro para que, como un solo grano de incienso, perfume la coronación de la Madre del Cielo. El anillo pastoral es un regalo de católicos americanos. ¡Ambos oros, el americano y el español, el de la madre y el hijo, se fundirán en una sola plegaria en honor de la Madre de todos los hombres!….

 

Las nuevas coronas de la Virgen, del Niño y el rostrillo, las trajo a Ciudad Real provenientes de Madrid, el propio Obispo-Prior, D. Juan Hervás a finales del mes de abril de 1967, coronando pontificiamente la imagen de la Virgen del Prado el 28 de mayo del referido año.

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