Historia De la Virgen del Prado

En el año 1013, Mosén Ramón Floraz, caballero aragonés, gran servidor y privado del rey don Sancho el Mayor, de Navarra, al llegar a las cercanías de Velilla de Jiloca, lugar de Aragón, el caballo en donde venía, se le hundió una pata junto a una fuente en donde había llegado a beber. Queriendo Mosén Ramón ayudar a su brioso corcel, vio cómo el caballo con sus patas había dejado ha descubierto un gran hueco. Extrañado el caballero, quitando con su daga las piedras de alrededor descubrió una gran cueva como edificio antiguo. Atraído por la curiosidad penetró en el subterráneo encontrándose, en un nicho en la pared, una preciosa imagen de la Virgen María, sentada a forma de
matrona romana, con un Niño sobra las rodillas y con un pergamino escrito en latín antiquísimo en donde se decía qué imagen era aquella y en qué tiempo se había puesto en aquel lugar. Se trataba de la imagen de la Virgen de los Torneos que había sido soterrada, tres siglos antes, por devotos cristianos, para librarla de la invasión agarena.

Con la admiración natural por el feliz hallazgo, postrado de rodillas en fervorosa oración, nuestro afortunado caballero estuvo un buen rato sin atreverse a tomar la venerada Imagen. Repuesto, y considerando que el suceso no carecía de misterio, y movido, quizás, por una gracia celestial, determinó sacar la imagen de aquel lugar y llevarla al rey don Sancho, su señor, por considerar estaría más reverenciada en el poder del Monarca. Sacó Floraz la santa efigie lo mejor que pudo y la puso encima de su caballo con intención de dirigirse hacia Velilla y preparar allí su viaje. El caballo se niega a caminar en esta dirección, no sirviendo de nada ni las espuelas del caballero, ni la fusta que maneja con la diestra. Ante el temor de que con el castigo se encabrite el noble animal y ocasione a la imagen algún mal, lo deja en plena libertad, y entonces, manso el corcel, conduce al caballero hacia un lugar llamado Daroca en donde manda construir una valiosa caja que sirva de estuche a tan preciada joya y poderla así transportar con más decoro y comodidad.
Grandes dificultades tiene que vencer nuestro caballero antes de llegar a Navarra. Por los caminos más recónditos atraviesa tierra de moros siempre con el temor de encontrarse en algún lance en el que pudiera perder su divino tesoro. Gracias a la protección del cielo llega felizmente a campamento cristiano y desde allí envía a su rey un emisario con el anuncio del feliz acontecimiento.

Con mucha alegría recibe don Sancho la imagen de la Virgen y comienza a rendirle culto. A partir de don sancho, los reyes cristianos, al heredar la corona real y demás atributos reales de sus mayores, recibían, al mismo tiempo, la imagen santísima de la Virgen llamada entonces Nuestra Señora de los Reyes, que era venerada en los oratorios reales.
A la muerte de don Sancho, hereda la Santa Imagen su hijo don Fernando, primer rey castellano, quien la lleva a su corte de Burgos. Mucho debe este Monarca a la protección de la Virgen del Prado.
Cuando Alfonso VI ocupa el trono de Castilla, después de la Jura de Santa Gadea, realiza, de triunfo en triunfo, varias empresas guerreras contra los infieles, llevando consigo la venerada imagen, llamada entonces la Virgen de las Batallas. El rey castellano, como dice el historiador de la Virgen del Prado Fray Diego de Jesús, “intentó más conquistas de ciudades y reinos, no con la ambición o avaricia de añadirlos a su corona, sino con piadoso celo de volverlos a introducir a la religión cristiana, sacándolos de la tiranía de los moros”. Así sucedió con la nobilísima ciudad de Toledo, empresa de las más gloriosas y célebres de aquella época.

Triunfante, prosigue el padre carmelita, entró el rey en Toledo con la imagen de la virgen y sus soldados, los cuales iban haciendo amorosas salvas a la protectora de sus armas. En hombros de príncipes cristianos, en medio de los batallones victoriosos y seguida de ocho obispos, encargados de rendirle culto, entró la Santísima Virgen en la imperial ciudad del Tajo. Al cristiano monarca le valió esta victoria el título de Conquistador y a la Soberana Señora el de Fundadora y Restauradora de las dos Castillas; glorioso homenaje bien merecido, ya que el reino de la vieja Castilla salió debajo del manto protector de esta santa imagen, y el núcleo de Castilla la Nueva, la imperial Toledo, salió también de los usurpadores, a la vista y con el reflejo celestial de la misma señora, María Santísima del Prado.

El rey don Alfonso VI, para vengar un ultraje de su suegro, rey de Sevilla, organiza una expedición guerrera contra la morisma y marcha con su ejército hacia Andalucía. Al llegar a Zalanca, provincia de Badajoz, el ejército cristiano es sorprendido por los almohades, sufriendo espantosa derrota las huestes de don Alfonso. Tan grande fue el desastre para los cristianos en esta batalla, que, incluso, la vida del rey estuvo en grave peligro.
Los caballeros que peleaban al lado del rey -relata Mendoza- sacaron a don Alfonso de la refriega de Badajoz muy mal herido de un lanzazo. Debilitado el Monarca por la fatiga con que saliera de los duros trances que había corrido, y casi muerto o aletargado por el efecto de la pérdida de sangre, fue conducido a Coria, ciudad recientemente conquistada. Repuesto don Alfonso de sus heridas se propone seguir adelante, hacia la frontera de Córdoba, y entendiendo que la causa de la derrota de Zalanca fue, sin duda, el olvido que tuvo de la imagen de la Virgen Protectora, ya que en esta ocasión la había dejado en su oratorio Real en Toledo; inmediatamente ordena a su capellán Marcelo Colino vaya a la ciudad imperial, recoja la venerada imagen y la traslade al campamento cristiano.
Es de suponer que haría el capellán la jornada con la diligencia exigida por el rey. Al llegar a Toledo, acomoda en una caja la santa imagen y con el acompañamiento de criados y caballeros vuelve hacia Córdoba en donde, deseoso e impaciente espera el Monarca.
A mediodía del día 25 de mayo, año 1088, festividad de San Urbano, llega la comitiva real a un pequeño caserío, llamado Pozuelo Seco, término de Alarcos, situado en el camino que une la ciudad del Tajo con Andalucía. El calor sofocante, la sombra 3e las encinas de un prado próximo y el cansancio de los viajeros, obliga a Marcelo Colino y compañía a tomarse un pequeño descanso y pasar allí las horas calurosas del día.
¡Qué suavemente dispone Dios las cosas rara que se ejerciten los decretos de su Divina Providencia! Quería, Dios Nuestro Señor, que la viajera imagen de su Augusta Madre, a su paso por este humilde caserío, se quedara allí, erigiendo, bajo su protección y amparo, los cimientos de una insigne ciudad.

Viendo la gente del cortijo la calidad de los viajeros, el cuidado que todos ponían en la caja que conducían, la cual por su riqueza exterior publicaba el tesoro que guardaba, preguntaron los labriegos y el capellán mostró la imagen que transportaba.
Abierta la caja, retiradas las ricas telas en las que venía envuelta la imagen,
emocionados los pozueleños por el resplandor de tanta belleza y movidos de un gran amor hacia la Virgen María, suplican a Marcelo la deje en el lugar en donde ellos prometen levantar un templo digno a tan Excelsa Señora. El fervor de estos humildes labriegos, primeros pobladores de Ciudad Real. conmueve a los de la comitiva real. En gran aprieto se ve el capellán ante la imposibilidad de no poder ceder a los fervientes deseos de los moradores de Pozuelo Seco. Entre alabanzas y súplicas de los lugareños y las razonables negativas de Colino llegó la hora de partir. Los viajeros se llevan con la imagen la ilusión de los del lugar que quedan apenados por la pérdida del tesoro que no han podido lograr.
Es cierto que estos rústicos y humildes labriegos humanamente no tienen derecho a solicitar la posesión de la imagen del rey, pero no es menos cierto que, aquello que es imposible para los hombres es posible para Dios, y como a continuación veremos, los designios de Dios eran muy diferentes a los deseos del rey.
Muy afligidos quedaron los pozueleños con la marcha de los caballeros que habían sesteado en el prado de la aldea, portadores de la bellísima imagen de la Virgen María.
Hasta que los perdieron de vista no dejaron de mirar a la caravana real, unos con lágrimas en sus ojos y los más en oración de súplica a la Madre Celestial.
Llegada la noche cada cual se retira a su choza a descansar. Un anciano, llamado Blas el trovador, por su facilidad de hacer versos, compuso algunas coplas, -primeras – manchegas, que su hijo Antón cantó a la Virgen.

Sabemos, por tradición, que este garrido mozo no se movió del prado donde siguió cantando y rezando a la Virgen y cuando más entusiasmado se hallaba en su oración vio que una blanca paloma se posaba en la encina en donde unas horas antes había estado la imagen de la Virgen. Deseoso de cazar la bella paloma le tiró una piedra y, al instante quedó convertida en la imagen de la Stma. Virgen, rodeada de brillantes ráfagas de resplandores. Atónito queda nuestro afortunado mozo ante visión tan maravillosa, y una vez repuesto del natural sobresalto, corre loco de alegría a dar la nueva a sus convecinos, gritando: ¡Milagro! ¡Milagro! La Virgen ha vuelto.
Es de suponer que el alborozo y alegría de aquellos afortunados labriegos de Pozuelo Seco sería indescriptible al verso favorecidos por tan singular don del cielo. Locos de alegría corren «a postrarse a los pies de la Soberana Señora que llamaron desde aquel feliz momento, Santa María del Prado.
Alrededor de la milagrosa imagen, lloran de emoción y rezan con fervor los aldeanos, agradeciendo y celebrando a lo rústico tan prodigioso acontecimiento.
Así pudo ocurrir o pudo ocurrir de forma diferente. Nada hay imposible para el
creyente  Lo realmente cierto, lo que no podemos negar ni poner en duda es la
maravillosa realidad de la protección amorosa de cerca de nueve siglos de Nuestra Excelsa Patrona, Santa María del Prado. De forma sobrenatural o por medios naturales, la venerada imagen de la Virgen quedó en este lugar, donde alrededor suyo, bajo su protección y amparo, el caserío se fue convirtiendo en puebla, la puebla en villa y la villa en ciudad; con el nombre de Real, nombre, que si es cierto fue dado por privilegios y favores de reyes, éstos fueron instrumentos de los que Ella se valió, ya que lo real nos viene de la Reina Celestial, Fundadora y Patrona de la ciudad de Ciudad Real.
Reparados del cansancio y amaneciendo el día siguiente, se dispusieron muy de mañana a emprender de nuevo a caminar deseosos de cumplimentar los deseos del rey. Al tomar la caja. notan sorprendidos el poco peso de la misma y con el temor consiguiente, saca el capellán la llave, que siempre llevó consigo, y se dispone a abrirla, quedando turbado ante la ausencia de la sagrada imagen. Nadie puede explicarse cómo ha podido ocurrir tal suceso. Movidos, quizás, por inspiración divina, determinan desandar lo andado y volver a la aldea en donde descansaron la víspera y en donde con tanta insistencia suplicaron la posesión de la venerada imagen.
En pocas horas de camino llegan a vista de Pozuelo Seco. Sobrecogidos quedaron los de la comitiva real al oír las voces de fiesta y regocijo de los aldeanos. Al llegar al prado, ve Marcelo la milagrosa imagen en un artístico trono de ramaje y flores levantado por los aldeanos. Al instante es rodeado por la muchedumbre que llorando de alegría nocesan de gritar: ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro !
Mudo de emoción se dirige el capellán al lugar en donde está la Virgen con intención detomarla. Por mucho que él hizo y los que con él iban, jamás pudieron moverla de susitio. Viendo con la inmovilidad de la imagen más visible el milagro, después de pasartres días en oración se disponen a seguir el viaje hacia Córdoba a comunicar a don Alfonso el suceso milagroso. Grande es el júbilo de los pozueleños al comprobar cómocon esta segunda maravilla de su inmovilidad, mostraba, una vez más, la Santísima Virgen sus deseos de sentar su reinado en el lugar.

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