Virgen del Prado - Ocurrido en la ciudad III
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"Amaneció el día tercero del cerco, que lo fue el mismo en que nuestra Santa Patrona quedó en este patrio suelo para ser la expiación de toda adversidad y cuanto la naturaleza se despierta a su aspecto humillante penetrando la prodigiosa fuerza de 'su fuego celestial, la densa oscuridad de las tinieblas, vivificando y reanimando millares de avecillas que se anidan entre las hojas de los bosques, que después se arrojan acá y allá con la gracia y la donaire propio suyo, que con canto alegre y sonoro saluda a: nuevo día, resuenan por las calles y plazas de esta ciudad las desordenadas voces de los partidarios convocando al pueblo para la reunión e intento proyectado, sin atender ni reflexionar la fiereza del enemigo y sus continuos artificios para apropiarse los bienes de la pobre viuda sin apoyo, del huérfano desamparado, como bestia feroz y carnicera en figura humana, y en efecto, este pueblo obediente cuan otro Isaac al sacrificio que se le preparaba, alármase, y se dirige a la era del Cerrillo, donde 'se hallaba la fuerza de la partida a la cual fue conducido el anciano respetuoso, el mancebo desenvuelto y poco tímido, el marido amante de su esposa y el obediente hijo de familia, todos a la fuerza y exalando suspiros con la pena de dejar dentro de la muralla los dignos objetos de sus atenciones expuestos a los insultos y desacatos del enemigo y así es que por dentro y fuera de la ciudad no se oía otra cosa que lamentos y exclamaciones dolorosas, semejantes a el que en sana salud ve próxima y cercana funesta desgracia, pero ¡oh, impoderablemente felices y dichosos los hijos de Ciudad Real aquellos para quienes jamás se ausentará el Divino Sol de María Santísima del Prado, su Patrona, y que pronto cesarán vuestras lágrimas y desaparecerán los temores! A la verdad así sucedió". "Viendo, pues, el Capitán General francés establecido en Almagro el retraso de sus diarios partes y sumo silencio que se observaba sobre el estado de guarnición que puesta tenía en esta ciudad: comanda una gruesa partida de caballería e infantería con dos cañones volantes y un obús y orden expresa de incendiar el pueblo y pasar a cuchillo sus habitantes, cuyo mandato cruel e inhumano sabido por don Antonio Porras, abogado de los Reales Consejos, natural y vecino de esta ciudad, pasado al enemigo, por indiscreciones de partidarios con quienes tenía expuesta continuamente su vida, y ¡presentado al Capitán General le dice: Señor, esa ciudad contra quien se impone tan sanguinario mandato es mi patria y a la que debo el ser con mi descendencia. y no puedo menos de clamar por su favor, y si merece el castigo del degüello, aquí estoy postrado para recibirlo, y no me separaré hasta alargar mi cuello al sable o conseguir el perdón, tanto de mis (parientes como de todos mis convecinos, y en efecto, así se lo concedió, cuya gracia comunica al momento al comandante de la partida, y a seguida vuelve a instar ante dicho Sr. Capitán General omitiese el incendio y saqueo, siendo tan enérgicas sus expresiones que, de un lobo feroz supo transformarle en manso cordero, contentándose solo con imponer a la Ciudad cierta suma de maravedises; y siguiendo la partida francesa su dirección encuentra con la avanzada de partidarios a quienes avanzan con un continuado fuego de sus armas y cañones: llegan a las murallas de la ciudad los unos en precipitada fuga y los otros en su seguimiento lo que observado por el vecindario permanente en la era del Cerrillo desaparece y lo mismo la citada partida, y al funesto estruendo del cañón sale de la fortaleza la guarnición enemiga, a quien se había insultado por espacio de tres días, cuyo Comandante (cual mastín irritado y rabioso a quien un veneno roedor y mortal le despedaza el corazón cada vez que respira, que corriendo sin tino a una y otra parte todo lo embiste y derriba, todo lo muerde y despedaza, que con la boca abierta, los dientes agudos y la lengua colgando y palpitante ya se precipita en los valles, ya aparece en los cerros, ya atraviesa los montes, siendo al mismo tiempo el terror de las ovejas que antes guardaba y de los lobos sus enemigos, que no conoce pastor, mayoral ni zagal, y que exhala,y esparce por todas partes el mismo contagio que le devora) manda hacer fuego a todos sus soldados formándose con él de sus auxiliares un vivo infierno por dentro y fuera de la ciudad, cuyos vecinos corren como fuera de si y en la mayor amargura a el templo de Santa María del Prado, recordándola envueltos de lágrimas que en aquel día había quedado milagrosamente por su amparo y Patrona, y así que todos confiaban en sus piadosas entrañas; otros más tímidos se ocultaban sobre las bóvedas y bajo los altares, esperando la victoria cual otros betulianos de su valerosa Judit ocurriendo en esta recopilación de amargura la casualidad (a nuestro entender) de haber dado a luz Josefa de Vera una hermosa niña junto a la pila bautismal donde se hallaba refugiada, a la que para memoria se bautizó sin salir de la iglesia, poniéndola el nombre de María del Prado Urbana, como consta en su partida al folio 29 vuelto 2.° del libro empezado en año 1809, en cuyo parto no tuvo la menor novedad esta interesada niña. Los sacerdotes seculares y regulares se prestaban la absolución los unos a los otros, tanto en sus casas como en la calle y plazas, como preparándose a el último fin, y lo mismo los demás vecinos que tenían sensualidad y preveían los desastres de la guerra y sus terribles leyes. Por último sale el Gobierno al frente de ambas partidas francesas acompañado de las personas más condecoradas de la ciudad y que en aquella amarga tribulación pudieron reunirse y con sus exclamaciones sabias templan la furia de los dos Comandantes y quedan satisfechos con la suma de maravedises prometida, en cuyo intermedio los vecinos refugiados en este ternplo dirigían sus corazones, sus lágrimas y peticiones al trono de misericordia por las manos de su Santísima Patrona, y en efecto, clamando a María Santísima llama aceleradamente a las puertas uno de sus buenos vecinos diciendo ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!, sirviendo este anuncio de mayor aumento de lágrimas de todos, pero derramadas ya de gozo afectuoso a su Virgen del Prado, porque tan claramente los libraba de la furia de sus enemigos, en gratitud de lo cual publicara Ciudad Real hasta la posterioridad ser el día grande, magnífico y de su eterna memoria en el Señor San Urbano de 1810, especialmente los que con su corazón puro conserven una sólida devoción a su amante Patrona, la más digna del verdadero amor". |