Virgen del Prado

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NOTAS HISTORICAS ALREDEDOR DE LA IMAGEN DE LA SANTISIMA VIRGEN DEL PRADO
Por Hermenegildo Gómez Moreno
 
Feliz hallazgo de la Santa Imagen de Nuestra Señora en las cercanías de Velilla de Jiloca, Aragón. Reina y Soberana de los Reyes de Castilla.- Celestial Protectora de los ejércitos cristianos contra los moros.- Triunfadora y Restauradora de las dos Castillas.

Es muy interesante el historial de la Imagen de la Santísima Virgen del Prado relatado por escritores de distintas épocas. Antiguos documentos hallados en los archivos parroquiales de Santa María del Prado, Ciudad Real, y en los de Velilla de Jiloca, Aragón, testifican la veracidad de esta historia.

No se sabe que autor alguno haya tratado históricamente el origen de la venerada imagen de la Virgen del Prado, hasta bien entrado el último tercio del siglo XVI, siendo la narración más antigua la del Licenciado, don Juan de Mendoza y Porras, en su obra "Relación e Historia del Hallazgo y Aparición de Nuestra Señora Santa María del Prado". Fuente de donde han bebido la mayoría de los historiadores de nuestra Patrona, y la piedra fundamental en la que todos estriban sus escritos, firmemente documentada y fundamentada en la tradición verdadera.

Antiguos escritos confirman que la "Relación", original y firmada del mismo Mendoza, estuvo muchos años en poder de la Cofradía de Nuestra Señora y después en el archivo parroquial de Santa María del Prado hasta que la entregaron al historiador Fr. Diego de Jesús y María Fernández, natural de Ciudad Real y Prior del Convento de Carmelitas descalzos de esta Ciudad, el cual sacó una copia lujosa, que puso con su original en el citado archivo parroquial, testimoniada por el notario público apostólico don Cristóbal Roos y Sotomayor.

En el año 1650, el citado carmelita, Fr. Diego de Jesús, dio publicidad al manuscrito del licenciado Mendoza y Porras y a las tradiciones de Ciudad Real y Velilla en su documentada "Historia de la Imagen Sacratísima de Nuestra Señora del Prado", obra impresa en Madrid, en la imprenta real de Teresa Junti.

Según estos historiadores, allá por el año 1013, Mosen Ramón Floraz, caballero aragonés, gran servidor y privado del rey don Sancho el Mayor, de Navarra, al llegar a las cercanías de Velilla de Jiloca, lugar de Aragón, el caballo en donde venía, se le hundió una pata junto a una fuente en donde había llegado a beber. Queriendo Mosen Ramón ayudar a su brioso corcel, vió cómo el caballo con sus patas había dejado a descubierto un gran hueco. Extrañado el caballero, quitando con su daga las piedras de alrededor descubrió una gran cueva como edificio antiguo. Atraído por la curiosidad penetró en el subterráneo encontrándose, en un nicho en la pared, una preciosa imagen de la Virgen María, sentada a forma de matrona romana, con un Niño sobra las rodillas y con un pergamino escrito en latín antiquísimo en donde se decía qué imagen era aquella y en qué tiempo se había puesto en aquel lugar. Se trataba de la imagen de la Virgen de los Torneos que había sido soterrada, tres siglos antes, por devotos cristianos, para librarla de la invasión agarena.

Con la admiración natural por el feliz hallazgo, postrado de rodillas en fervorosa oración, nuestro afortunado caballero estuvo un buen rato sin atreverse a tomar la venerada Imagen. Repuesto, y considerando que el suceso no carecía de misterio, y movido, quizás, por una gracia celestial, determinó sacar la imagen de aquel lugar y llevarla al rey don Sancho, su señor, por considerar estaría más reverenciada en el poder del Monarca. Sacó Fioraz la santa efigie lo mejor que pudo y la puso encima de su caballo con intención de dirigirse hacia Velilla y preparar allí su viaje.


El caballo se niega a caminar en esta dirección, no sirviendo de nada ni las espuelas del caballero, ni la fusta que maneja con la diestra. Ante el temor de que con el castigo se encabrite el noble animal y ocasione a la imagen algún mal, lo deja en plena libertad, y entonces, manso el corcel, conduce al caballero hacia un lugar llamado Daroca en donde manda construir una valiosa caja que sirva de estuche a tan preciada joya y poderla así transportar con más decoro y comodidad.

Grandes dificultades tiene que vencer nuestro caballero antes de llegar a Navarra. Por los caminos más recónditos atraviesa tierra de moros siempre con el temor de encontrarse en algún lance en el que pudiera perder su divino tesoro. Gracias a la protección del Cielo llega felizmente a campamento cristiano y desde allí envía a su rey un emisario con el anuncio del feliz acontecimiento.

Con mucha alegría recibe don Sancho la grata noticia y se prepara con gran regocijo el recibimiento a la Excelsa Soberana. Suceso relatado por nuestro paisano el Excmo. Sr. D. Agustín Salido y Estrada en su "Historia de Nuestra Venerada Patrona" escrita en romance, en los versos siguientes:

"A Pamplona se dirige

Mosen Ramón satisfecho

de que el cristiano Monarca

ha de recibir su encuentro,

con finas demostraciones,

y el más cariñoso afecto.

Y así fue: grandes mercedes

dióle el rey al caballero,

cuando con toda su corte

salió avisado, hacia el Ebro,

yendo a Pamplona, Navarra,

por ver tal recibimiento.

Entró en Pamplona la imagen

en hombros del alto clero,

y precedida de músicas,

y de nobles y de pueblo,

y de cruces parroquiales,

y de tropas y de concejos,

cerrando la comitiva

don Sancho empuñando el cetro.

Llegó a palacio la Virgen,

y el rey dando fin al rezo,

prosternado ante la Imagen

hízole así acatamiento:

Señora, la de mi casa

seréis desde este momento

Vos dirigiréis mis pasos

Vos me prestaréis consejo,

Vos daréis fuerza a mi Trono

y fuerzas a mis mandamientos,

y Vos, en fin, a mi espíritu

os lo llevaréis al cielo.

No saldréis de mi casa,

os lo jura el caballero:

y lo ofrecido lo mando

a mis hijos y a mis nietos".


Los reyes cristianos, al heredar la corona real y demás atributos reales de sus mayores, recibían, al mismo tiempo, la imagen santísima de la Virgen llamada entonces Nuestra Señora de los Reyes, que era venerada en los oratorios reales.

A la muerte de don Sancho hereda la santa imagen, su hilo don Fernando, primer rey castellano, quien la lleva a su corte de Burgos. Mucho debe este Monarca a la protección de la Virgen del Prado.

Cuando Alfonso VI ocupa el trono de Castilla, después de la Jura de Santa Gadea, realiza, de triunfo en triunfo, varias empresas guerreras contra los infieles, llevando consigo la venerada imagen, llamada entonces la Virgen de las Batallas.

El rey castellano, como dice Fr. Diego de Jesús, "intentó más conquistas de ciudades y reinos, no con la ambición o avaricia de añadirlos a su corona, sino con piadoso celo de volverlos a introducir a la religión cristiana, sacándolos de la tiranía de los moros". Así sucedió con la nobilísima ciudad de Toledo, empresa de las más gloriosas y célebres de aquella época.

Triunfante -- prosigue el P. Carmelita - entró el rey en Toledo con la imagen de la Virgen y sus soldados, los cuales iban haciendo amorosas salvas a la protectora de sus armas. En hombros de príncipes cristianos, en medio de los batallones victoriosos y seguida de ocho obispos, encargados de rendirle culto, entró la Stma. Virgen en la imperial ciudad del Tajo. Al cristiano Monarca le valió esta victoria el título de Conquistador y a la Soberana Señora el de Fundadora y Restauradora de las dos Castillas; glorioso homenaje bien merecido, ya que el reino de la vieja Castilla salió debajo del manto protector de esta santa imagen, y el núcleo de Castilla la Nueva, la imperial Toledo, salió también de los usurpadores, a la vista y con el reflejo celestial de la misma Señora, Santa María del Prado.

Aparición milagrosa de la Santa Imagen de la Virgen en el prado de Pozuelo Seco, hoy Ciudad Real. Interesante documento conservado en el archivo parroquial de Santa María del Prado.

El rey don Alfonso VI, para vengar un ultraje de su suegro, rey de Sevilla, organiza una expedición guerrera contra la morisma y marcha con su ejército hacia Andalucía. Al llegar a Zalanca, provincia de Badajoz, el ejército cristiano es sorprendido por los almohades, sufriendo espantosa derrota las huestes de don Alfonso. Tan grande fue el desastre para los cristianos en esta batalla, que, incluso, la vida del rey estuvo en grave peligro.

Los caballeros que peleaban al lado del rey -relata Mendoza- sacaron a don Alfonso de la refriega de Badajoz muy mal herido de un lanzazo. Debilitado el Monarca por la fatiga con que saliera de los duros trances que había corrido, .v casi muerto o aletargado por el efecto de la pérdida de sangre, fue conducido a Coria, ciudad recientemente conquistada. Repuesto don Alfonso de sus heridas se propone seguir adelante, hacia la frontera de Córdoba, y entendiendo que la causa de la derrota de Zalanca fue, sin duda, el olvido que tuvo de la imagen de la Virgen Protectora, ya que en esta ocasión la había dejado en su oratorio Real en Toledo; inmediatamente ordena a su capellán Marcelo Colino vaya a la ciudad imperial, recoja la venerada imagen y la traslade al campamento cristiano.

El célebre cantor de Nuestra Soberana, el ya citado don Agustín Salido, refiriéndose a este acontecimiento, termina su tercer romance con estos versos:

"Noche fué aquella cruel

para el rey que afinojado

en su tienda con su corte

de Dios implora amparo.

Un súbito pensamiento

vino a su mente rodando,

y con acento resuelto,

y con semblante inspirado,

¡Marcelo Colino, exclama,

pronto a Toledo a caballo,

mi Virgen, venga, mi Virgen

¡Perdón, Señora, os demando,

si olvidé vuestros favores

y desprecié vuestro amparo!

Y cayendo de rodillas,

so el pecho cruzó las manos".


Es de suponer que haría el capellán la jornada con la diligencia exigida por el rey. Al llegar a Toledo, acomoda en una caja la santa imagen y con el acompañamiento de criados y caballeros vuelve hacia Córdoba en donde, deseoso e impaciente espera el Monarca.

A mediodía del día 25 de mayo, año 1088, festividad de San Urbano, llega la comitiva real a un pequeño caserío, llamado Pozuelo Seco, término de Alarcos, situado en el camino que une la ciudad del Tajo con Andalucía. El calor sofocante, la sombra 3e las encinas de un prado próximo y el cansancio de los viajeros, obliga a Marcelo Colino y compañía a tomarse un pequeño descanso y pasar allí las horas calurosas del día.

¡Qué suavemente dispone Dios las cosas rara que se ejerciten los decretos de su Divina Providencia! Quería, Dios Nuestro Señor, que la viajera imagen de su Augusta Madre, a su paso por este humilde caserío, se quedara allí, erigiendo, bajo su protección y amparo, los cimientos de una insigne ciudad.

Viendo la gente del cortijo la calidad de los viajeros, el cuidado que todos ponían en la caja que conducían, la cual por su riqueza exterior publicaba el tesoro que guardaba, preguntaron los labriegos y el capellán mostró la imagen que transportaba.

Abierta la caja, retiradas las ricas telas en las que venía envuelta la imagen, emocionados los pozueleños por el resplandor de tanta belleza y movidos de un gran amor hacia la Virgen María, suplican a Marcelo la deje en el lugar en donde ellos prometen levantar un templo digno a tan Excelsa Señora. El fervor de estos humildes labriegos, primeros pobladores de Ciudad Real. conmueve a los de la comitiva real. En gran aprieto se ve el capellán ante la imposibilidad de no poder ceder a los fervientes deseos de los moradores de Pozuelo Seco. Entre alabanzas y súplicas de los lugareños y las razonables negativas de Colino llegó la hora de partir. Los viajeros se llevan con la imagen la ilusión de los del lugar que quedan apenados por la pérdida del tesoro que no han podido lograr.

Es cierto que estos rústicos y humildes labriegos humanamente no tienen derecho a solicitar la posesión de la imagen del rey, pero no es menos cierto que, aquello que es imposible para los hombres es posible para Dios, y como a continuación veremos, los designios de Dios eran muy diferentes a los deseos del rey.

Muy afligidos quedaron los pozueleños con la marcha de los caballeros que habían sesteado en el prado de la aldea, portadores de la bellísima imagen de la Virgen María. Hasta que los perdieron de vista no dejaron de mirar a la caravana real, unos con lágrimas en sus ojos y los más en oración de súplica a la Madre Celestial.

Llegada la noche cada cual se retira a su choza a descansar. Un anciano, llamado Blas el trovador, por su facilidad de hacer versos, compuso algunas coplas,-primeras -manchegas"-, que su hijo Antón cantó a la Virgen.

Sabemos, por tradición, que este garrido mozo no se movió del prado donde siguió cantando y rezando a la Virgen y cuando más entusiasmado se hallaba en su oración vió que una blanca paloma se posaba en la encina en donde unas horas antes había estado la imagen de la Virgen. Deseoso de cazar la bella paloma le tiró una piedra y, al instante quedó convertida en la imagen de la Stma. Virgen, rodeada de brillantes ráfagas de resplandores. Atónito queda nuestro afortunado mozo ante visión tan maravillosa, y una vez repuesto del natural sobresalto, corre loco de alegría a dar la nueva a sus convecinos, gritando: ¡Milagro! ¡Milagro! ¡La Virgen ha vuelto!


Es de suponer que el alborozo y alegría de aquellos afortunados labriegos de Pozuelo Seco sería indescriptible al verso favorecidos por tan singular don del cielo. Locos de alegría corren «a postrarse a los pies de la Soberana Señora que llamaron desde aquel feliz momento, Santa María del Prado.

Alrededor de la milagrosa imagen, lloran de emoción y rezan con fervor los aldeanos, agradeciendo y celebrando a lo rústico tan prodigioso acontecimiento.

Así pudo ocurrir o pudo ocurrir de forma diferente. Nada hay imposible para el creyente. Lo realmente cierto, lo que no podemos negar ni poner en duda es la maravillosa realidad de la protección amorosa de cerca de nueve siglos de Nuestra Excelsa Patrona, Santa María del Prado. De forma sobrenatural o por medios naturales, la venerada imagen de la Virgen quedó en este lugar, donde alrededor suyo, bajo su protección y amparo, el caserío se fue convirtiendo en puebla, la puebla en villa y la villa en ciudad; con el nombre de Real, nombre, que si es cierto fue dado por privilegios y favores de reyes, éstos fueron instrumentos de los que Ella se valió, ya que lo real nos viene de la Reina Celestial, Fundadora y Patrona de la ciudad de Ciudad Real.

En los años lejanos de nuestra niñez, muchas veces hemos oído contar a nuestros mayores cómo en la mejilla derecha de la imagen se apreciaba una ligera mancha morada, cardenal producido por la pedrada de Antón cuando a éste se apareció en forma de paloma.

El documento núm. 848 del archivo parroquial de Santa María del Prado, nos relata un curioso. historial de un estandarte regalado a la Virgen, probando la existencia de esta mancha en el rostro de la imagen. Dice así el referido documento:

"En el año 1750, un vecino de Almagro, don Juan de Contreras, encargó a don Francisco Llunell, de Barcelona, la confección del bordado de un estandarte para la Cofradía de la Virgen del Prado, en el que se debía de reproducir la imagen. El Sr. Llunell hizo la combinación de sedas para el bordado y al terminarlo observó que en el rostro soberano sobresalía una como mancha en la seda. Rehizo su obra por tres veces y aunque las sedas empleadas las pasó y repasó sin que notara cambios de color, al final salía siempre la mancha. Desesperado trajo su obra y la entregó en Almagro y al verlo la esposa de don José García Ximénez, que era muy devota de la Stma. Virgen del Prado, por haber vivido en Ciudad Real, exclamó: -"Admirable, admirable, y lo mejor que tiene es esa mancha en la mejilla". Creyó el artista catalán que se burlaban de él y entonces aquella señora explicó que la sagrada imagen tenía en el mismo rostro un cardenal semejante al que se descubría en el dibujo, por lo que el propio artista vió claramente que se trataba de un hecho milagroso".

Dice el licenciado Mendoza, en su citada Relación, que Colino y compañeros de viaje, cuando salieron de Pozuelo Seco con la imagen, hicieron otro alto de camino en Caracuel en donde cenaron y pasaron la noche.

Reparados del cansancio y amaneciendo el día siguiente, se dispusieron muy de mañana a emprender de nuevo a caminar deseosos de cumplimentar los deseos del rey. Al tomar la caja. notan sorprendidos el poco peso de la misma y con el temor consiguiente, saca el capellán la llave, que siempre llevó consigo, ,y se dispone a abrirla, quedando turbado ante la ausencia de la sagrada imagen. Nadie puede explicarse cómo ha podido ocurrir tal suceso. Movidos, quizás, por inspiración divina, determinan desandar lo andado y volver a la aldea en donde descansaron la víspera y en donde con tanta insistencia suplicaron la posesión de la venerada imagen.

En pocas horas de camino llegan a vista de Pozuelo Seco. Sobrecogidos quedaron los de la comitiva real al oír las voces de fiesta y regocijo de los aldeanos. Al llegar al .prado, ve Marcelo la milagrosa imagen en un artístico trono de ramaje y flores levantado por los aldeanos. Al instante es rodeado por la muchedumbre que llorando de alegría no cesan de gritar: ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro !


Mudo de emoción se dirige el capellán al lugar en donde está la Virgen con intención de tomarla. Por mucho que él hizo y los que con él iban, jamás pudieron moverla de su sitio. Viendo con la inmovilidad de la imagen más visible el milagro, después de pasar tres días en oración se disponen a seguir el viaje hacia Córdoba a comunicar a don Alfonso el suceso milagroso. Grande es el júbilo de los pozueleños al comprobar cómo con esta segunda maravilla de su inmovilidad, mostraba, una vez más, la Santísima Virgen sus deseos de sentar su reinado en el lugar.

Emotiva y feliz fue la despedida de los aldeanos a los de la comitiva del rey. D. Agustín Salido nos la relata en su romance con los siguientes versos:

"De partir la comitiva

al fin le 'llegó el momento

y con gritos de alegría

a los del rey despidieron:

y entonando dulce salve,

y arrodillados en el suelo,

donde la Virgen estaba

quedose rezando el pueblo".

Visitas que hicieron los Reyes y Principales españoles a nuestra Excelsa Patrona, Santa María del Prado.- Milagrosa cura del Rey don Felipe II, por intercesión de la Virgen del Prado.- La Reina doña Isabel II, Hermana Mayor de la Cofradía de Nuestra Señora del Prado.- Investidura de Gran Maestre de las Cuatro Ordenes Militares del Rey don Alfonso XIII, en el Templo de Nuestra Señora del Prado.- Representaciones del Real Consejo y Caballeros de las ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa que acompañaron al Monarca.- Mensaje del Cabildo Catedral al Gran Maestre de las Ordenes Militares.

Antiguos documentos y deducciones de hechos históricos testimonian la fe y devoción que los reyes castellanos profesaron. en todo tiempo, a Nuestra Excelsa Patrona. Desde Alfonso VI hasta el trece de los Alfonsos, último Monarca que reinó en España, visitaron el Templo de Nuestra Señora, a donde vinieron a rendir regio homenaje a la Reina del Prado.

Al llegar Marcelo Colino a Córdoba, de su regreso de Toledo, halló a don Alfonso muy diferente de como lo había dejado, cuando partió, con orden suya, a recoger la imagen de la Virgen. Quedó entonces el rey vencido y quebrantada su salud; ahora lo encuentra poderoso, vencedor y con bríos para nuevas y más gloriosas empresas guerreras.

Fue informado el Monarca castellano del suceso milagroso ocurrido en el prado de Pozuelo Seco, relatado con todo detalle por su capellán. Emocionado don Alfonso convoca a sus caballeros y tropa para notificarles el gran prodigio. Con gran fervor rinden culto homenaje a la Soberana Celestial, atribuyendo a su divina protección el feliz suceso de la rendición de Córdoba, empresa guerrera llevada a efecto a los pocos días de partir Colino hacia Toledo y después de haberse encomendado todos a la protección y amparo de la Santísima Virgen María.

No existe, que nosotros sepamos, escrito alguno que confirme la visita de don Alfonso VI a Pozuelo Seco, pero, parece lo más natural que viniera inmediatamente a postrarse a los pies soberanos de la Virgen gloriosa de sus abuelos y a, la que él tantos favores debía. Es muy posible que el mismo rey quisiera comprobar, con sus propias manos, la inmovilidad milagrosa de la Santa Imagen. La devoción del Monarca, el fervor que a todos despertaría el conocimiento del milagro, y, por otra parte, la necesidad obligada de su paso por este lugar en su marcha, desde Córdoba a Zaragoza, cuando esta última ciudad fue sitiada por don Alfonso. -a los pocos meses de estos sucesos-, confirman, positivamente, la visita del rey castellano a Pozuelo Seco.


La visita del rey y de su ejército debió colmar el júbilo de los moradores de la aldea. Es de suponer que el Soberano hiciese vivas demostraciones de devoción a la Santísima Virgen y que le diese ricos ornamentos, y como es natural, facilitase alguna cantidad para la construción del primitivo Templo; no en balde llamaban a este Monarca el de la mano "horadada", debido a su largueza en obras de piedad.

Alfonso VII, Sancho III y Alfonso VIII, descendientes y sucesores del VI, son los primeros reyes que se nos presentan cerca de Pozuelo Seco. Teniendo en cuenta la frecuencia con que estos reyes estuvieron por estos alrededores empeñados en empresas guerreras, la devoción especial de los mismos hacia la Virgen María y la fama de la milagrosa aparición de Nuestra Señora del Prado, que debió pasar de padres a hijos, no solo en este país, sino también en los reales palacios de Castilla, es casi seguro que, más de una vez, visitaran el Templo de Nuestra Excelsa Patrona acompañados de célebres personalidades.

En el año 1195, en el reinado de Alfonso VIII, ante la proximidad de los almohades que avanzan hacia Alarcos, se sobresaltan, y con razón, los humildes aldeanos de Pozuelo Seco. A pesar que por entonces los moros solían tolerar el culto a los cristianos nuestros aldeanos, temerosos de perder su preciado tesoro, esconden la santa imagen en lugar seguro. Fueron más previsores que nosotros en nuestro tiempo. Con la gran victoria que el mismo don Alfonso VIII alcanzó en el año 1212, en las Navas de Tolosa, vuelve la tranquilidad por estos contornos y la Santísima Virgen a ocupar su trono.

Por este tiempo, la mayor parte de los moradores de la ciudad de Alarcos trasladan sus hogares a la aldea de Pozuelo Seco, siendo uno de éstos un "rico ombe" llamado don Gil, gran servidor y privado de don Alfonso, recibiendo, entre otras mercedes y privilegios del Monarca, la posesión de la aldea, la cual se llamó, desde entonces, Pozuelo de Don Gil, puebla que fue creciendo alrededor del Templo de Nuestra Señora del Prado.

En tiempos de Fernando III, el Santo, recibe Nuestra Patrona el regio homenaje de este rey castellano. Según el historiador Lafuente, en 1244, estuvieron en Pozuelo de Don Gil, el rey Santo, su esposa, la reina doña Juana y doña Berenguela, madre del primero; visita que duró cuarenta y cinco días.

La visita de estos reyes y el fervor que los mismos sentían a la Virgen del Prado, es relatado en estos versos del romancero del señor Salido:

"Aquí estuvieron, Señor,

en Nuestra Virgen del Prado,

Reyes, Príncipes e Infantes

divina gracia implorando:

y consta también, Señor,

que al príncipe don Fernando

y a su mujer doña Juana,

desde Sevilla los trajo

doña Berenguela, al fin

de a la Virgen presentarlos,

en novenas solemnísimas

que seis semanas duraron.

Hizo la reina presentes,

a esta imagen, que guardados

con esmero debido

están en su relicario;

y este traje que hoy ostenta

de piedras y brocados

y esas lámparas que alumbran,

y esos cálices sagrados,

y esa campana que atruena

con sus ecos los espacios,

regalos son de aquel niño

al que acogió como ahijado

y al que de rey en la tierra

lo tornó en el cielo un Santo".


El licenciado señor Mendoza, en la segunda parte de su "Relación" relata con detalle la visita de doña Berenguela y sus hijos, y las ofrendas que estos monarcas ofrecieron a Nuestra Patrona.

Viendo el rey Santo cómo crecía la puebla de Don Gil, ordenó que su ermita se llamase Santa María del Prado, elevándola a categoría de parroquia, nombrando los clérigos necesarios para su servicio.

Pocos años después, el hijo y sucesor de don Fernando, Alfonso X el Sabio, ennobleció la puebla, fundando en ella su Villa predilecta, con el nombre de Real. La carta puebla de la fundación de Villa Real está firmada por este Monarca, en Burgos a 20 de febrero de 1255. A los moradores de Villa Real otorgó el rey extraordinarios privilegios y mercedes, que determinó, en poco tiempo, un considerable aumento de la población.

Fue el rey Sabio gran devoto de la Santísima Virgen. Su obra "Las Cantigas" de Santa María, está impregnada toda ella de esa mística adoración. Los loores a Nuestra Señora son propicios de aquel elevado espíritu que poseía el hijo de San Fernando. Es lógico pensar que este devoto Monarca, al fundar su "bona villa", tuviera muy en cuenta la existencia de Nuestra Virgen del Prado. Conocía muy bien el rey don Alfonso la fuerza de la roca en donde había erigido su Villa. No faltó, pues, la protección celestial a los moradores dé la Real Villa, frente al soberbio poderío de los calatravos, que no veían con buenos ojos el progreso de la Villa del Rey, enclavada en el corazón del campo de Calatrava.

En el año 1420, don Juan II, en pago a los servicios de la mesnada de cuadrilleros de la Santa Hermandad de Villa Real y a petición de estos valientes guerreros manchegos, la eleva a categoría de ciudad, llamándola: "muy noble y muy leal ciudad de Ciudad Real". También este Soberano, lo mismo que su padre y abuelos, es muy devoto de la Stma. Virgen del Prado a la cual visitó varias veces y enriqueció su tesoro con ricos ornamentos.

Don Enrique IV y doña Isabel, la Católica, hijos y sucesores de don Juan II, también frecuentaron el Templo de Nuestra Señora, no faltando las ofrendas de estos reyes para nuestra Patrona y nuevos privilegios para los moradores de Ciudad Real.

En todo tiempo, los reyes españoles profesaron distinguida devoción a Nuestra Excelsa Señora del Prado, siendo favorecidos con gracias y favores recibidos por la intercesión de la Celestial Soberana. A continuación entresacamos del romance del señor Salido y Estrada unos versos que relatan la milagrosa cura de una dolencia del católico rey don Felipe II:

"Dícenos también la historia

que aunque mal voy extractando

que vuestro abuelo Felipe,

a quien segundo llamaron,

de una grave enfermedad,

vióse súbito atacado,

en sus últimos momentos

a esta imagen invocaron

en su nombre, los devotos

de Nuestra Virgen del Prado,

sintiéndose el mismo día

el Rey tan bien y tan sano,

que el Rey y Corte tuvieron

el suceso por milagro".


El día 9 de diciembre de 1866, vinieron a Ciudad Real y visitaron el Templo de Santa María del Prado, la Reina doña Isabel 11, su augusto esposo y sus egregios hijos, el Smo. Príncipe de Asturias, que luego fue, don Alfonso XII, y S. A. R. la Infanta doña Isabel. Les acompañaba, entre otras altas personalidades, el Padre Claret. La Real familia y comitiva subieron al Camarín de la Virgen donde estuvieron largo tiempo orando.

D. Santiago julio Maldonado, Caballero de la Orden de Santiago y hermano de la Cofradía de la Virgen, hincando una rodilla en tierra, presenta a S. M. la Reina, en una bandeja de plata, la patente de Hermana Mayor Perpetua de la Cofradía y las de hermanos para S. M. el Rey, el Príncipe y la Infanta, dirigiendo a S. M. las siguientes palabras:

"Señora, la Hermandad de Nuestra Señora del Prado. Patrona de esta ciudad me ha honrado eligiéndome para presentar a M. las patentes que acreditan a V. M. como Hermana Mayor Perpetua; a Su Majestad el Rey y a Sus Altezas Reales, el Smo. Príncipe de Asturias y a la Infanta doña Isabel, de hermanos. No es la primera vez que los reyes españoles han honrado esta Hermandad, presidiéndola, pues según la tradición, vuestro abuelo, don Felipe II, de gloriosa memoria, aceptó este mismo cargo que tuvo la Cofradía el honor de ofrecerle a su paso por esta ciudad cuando visitó el antiguo convento de Calatrava. Dígnese, por tanto, V. M. aceptar este pequeño Don, hijo de la lealtad de nuestros corazones, y cuya admisión, Señora, será para mayor honra y gloria de Dios, de nuestra inmaculada Patrona y su Cofradía, de nuestro leal y amante pueblo de Ciudad Real, y singularmente el más humilde de sus hijos que tiene el alto honor de ofrecerlo a los Reales Pies de Vuestra Majestad".

La Reina doña Isabel aceptó gustosa dicho nombramiento y lo mismo S. M. el Rey y los Príncipes, encargando al Sr. Maldonado que las patentes se las llevara a palacio. Acto seguido, don Lorenzo Vera, Prioste de la Hermandad, rodeado de todos los, hermanos, presentó a S. M. el Cetro de la Cofradía, que en señal de posesión recibió la Soberana con vivas muestras de alegría.

Por entonces era Gobernador Civil, el ilustre manchego, don Agustín Salido y Estrada, que hizo, a los regios huéspedes, un compendio de la historia de Ciudad Real y de nuestra ínclita Patrona, en bien escrito romance, y del cual hemos venido entresacando algunos de sus versos.

En el atrio del Templo, y con todos los honores, fue despedida la Familia Real por el Sr. Cura Párroco y clero de la ciudad, por la Hermandad y Autoridades, recibiendo entusiasta y cariñoso homenaje de la muchedumbre que llenaba el paseo del Prado.

El día 27 de abril de 1905, viene a Ciudad Real, S. M. el Rey don Alfonso XIII, último Monarca español. En esta regia visita, como nota saliente y singular, resaltó la presencia de los Caballeros de las Cuatro Ordenes Militares, que con lucida y numerosa representación del Real Consejo, Tribunal y Capítulo, acudieron a rendir pleito homenaje a nuestro Soberano, que a su calidad de Jefe de Estado unía la alta investidura de Gran Maestre de tan esclarecida milicia.

Acompañaron al Monarca, los caballeros de la Orden de Santiago: Excmo. Sr. Duque de Sotomayor, Comendador Mayor de León; Excmo. Sr. Duque de Tamames, Comendador Mayor de Montalbán; Ilmo. Sr. D. Santiago Magdalena y Murias; Ilmo. Sr. D. Miguel Serrabona y Fernández; Excmo. Sr. Conde de las Al~ menas; Excmo. e Ilmo. Sr. . José María Barnuevo y Rodrigo de Villamayor; Sr. D. José Trillo Figueras y Hermida; Excmo. Sr. Duque de Bejar; Excmo. Sr. Duque de Almenara Alta; excelentísimo Sr. Marqués de Salas; Excmo. Sr. Marqués de Santillana; Excmo. Sr. Conde de Cerrajería; Excmo. e Ilmo. Sr. D. José Ciudad Aurioles; Sr. D. Manuel Becerra Armesto; Sr. D. Alvaro R. Ferratjes y Domínguez y el Excmo. Sr. Barón de Petrés.


Los caballeros de la Orden de Calatrava: Excmo. Sr. Marqués de Ayerbe; Excmo. Sr. D. Alonso Coello y Contreras, Excmo. Sr. Marqués de Laurencín; Excmo. Sr. Marqués del Pico de Velasco; Sr. D. Santiago Udata; Sr. D. José Portillo Ruvalcava; Sr. D. Luis María de Jarava, Maestro de Ceremonias; Excelentísimo Sr. Marqués de la Hermida; Sr. D. Manuel Argüelles; Excmo. Sr. Vizconde del Val del Ebro; Sr. D, Félix López Montenegro; Sr. D. José María Barnuevo y Sandoval; Excmo. Sr. Conde de Torrejón; Sr. D. Luis Gómez de Barrera; Excmo. Sr. Conde de Heredia Spínola; Excmo. Sr. Duque de San Fernando de Quiroga; Excmo. Sr. Duque de Aliaga; Excmo. Sr. Marqués de Velilla del Ebro; Sr. D. Rafael Gordón y de Ariestegui; Sr. Don Gonzalo Morales de Setien, Capellán de Honor; Sr. D. Cayetano Cabanyes; Excmo. Sr. D. Mariano de Pedro Cascajares, General de División; Sr. D. Francisco Salamanca; Sr. D: Francisco Sánchez Pleités, y el Sr. D. Román García Blanes.

Los Caballeros de la Orden de Alcántara: Excmo. Sr. Marqués de Casa de Pizarro; Sr. D. Gonzalo García Planes; Sr. Don Luis Cabanyes y el Sr. Salamanca.

Los Caballeros de la Orden de Montesa: Excmo. Sr. Marqués de la Romana, Dignidad de Clavero; Excmo. Sr. Marqués de Casa Saltillo; Sr. F. Joaquín Sánchez; Sr. Corbi y el Excmo. Sr. Conde de Inestrillas.

En el vestíbulo del templo fue recibido don Alfonso por el Excmo. Cabildo Prioral en pleno, presidido por el M.I.S. don Santiago Magdalena Muria, Dignidad de Deán y Vicario General S. V. y los siguientes capitulares: de la Orden de Santiago. M. I. S. D. Miguel Serrabona y Fernández, Dignidad de Chantre; M. I. Sr. D. Francisco Teruel; M. I, Sr. D. Jacinto Pérez Vidaller.. De la Orden de Calatrava: M. I. Sr. D. Eloy Fernández y Alcázar; M. I. Sr. D. Lázaro Roldán y Mora; M. I. Sr. D. José María García Muñoz; M. I. Sr. D. Pedro Gil García, Canónigo Magistral; De la Orden de Alcántara: M. I. Sr. D. Enrique Clemente y Guerra, Dignidad de Maestrescuela; M. I. Sr. D. Baldomero Inclán y Menendez; Canónigo Lectoral; M. 1. Sr. D. Mariano Martínez Sanz, Canónigo Doctoral. De la Orden de Montesa: M. I. Sr. D. Luis Delgado Merchán, Dignidad de Arcipreste; M. I. Sr. D. Estanislao de Miguel y Andrés, Dignidad de Arcediano y el M.I.Sr. Don Ambrosio Núñez Amador.

Ayudaron a poner el manto de Gran Maestre a don Alfonso los señores duque de Tamames y Marqueses de Ayerbe, de la Casa Pizarro y de la Romana, y bajo palio, que llevaban cuatro caballeros y dos capitulares, hizo su entrada en la S. I. Priora:, ocupando el trono que al lado del Evangelio se le tenía preparado frente a los bancos destinados para los Capitulares y Autoridades de la provincia, desde el cual oyó con devoto recogimiento el solemne "Te Deum" cantado por la Capilla.

Terminada la ceremonia religiosa, descendió S. M. del Trono y pasó con toda la comitiva a visitar el Camarín de la Virgen, donde después de orar a los pies de la venerada imagen de Santa María del Prado, le fueron presentadas algunas de las valiosas alhajas que guardaba esta S.I.Prioral (desgraciadamente desaparecidas en la última guerra civil) , entre ellas, la artística corona de la Virgen, joya de inestimable mérito, y el riquísimo Porta Paz, obra de orfebrería cuajada de finísimos esmáltes, procedente de Uclés, ambas de gusto plateresco puro de los mejores tiempos, de cuya procedencia enteró a don Alfonso el M. I. Sr. Arcipreste. En el mismo sitio le entregó, en propia mano, el Ilustrísimo Sr. Vicario General, Deán de la S. I. P., un respetuoso Mensaje, que eleva el Cabildo al Gran Maestre de las Ordenes Militares y que a continuación transcribimos:


 "A S. M. el Rey don Alfonso XIII, Gran Maestre de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara Montesa, eleva este humilde mensaje el Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Prioral del Coto Redondo establecido en Ciudad Real. SEÑOR: Al corresponder este Cabildo Prioral al inmerecido honor que le habéis dispensado, visitándole en calidad de Gran Maestre de las Ordenes Militares, no podía contentarse con la participación gustosa que le ha cabido en las manifestaciones de público regocijo con que esta región, de antiguo conocida por su castiza y clásica hidalguía, y señaladamente la regia Villa fundada por el más sabio de vuestros ilustres antecesores, acogieron siempre la visita de sus Soberanos. Bástanle asimismo a otras Corporaciones similares, llegadas tan solemnes ocasiones, aquellas pruebas de respeto y simpatía que demanda los sagrados vínculos que por rigurosa ley de conservación han de existir entre los servidores del Altar y el Trono. Pero esta Institución, Señor, grande con la grandeza que le da su nobilísima cuna, singularísima y sola por su carácter y representación en vuestra España, si que también en todo el Orden Católico, pide de parte de los encargados de sostenerla en su augusta ancianidad velado por su realeza y prestigio histórico, algo más alto y profundo, más especial y significativo que a los ojos de Vuestra Majestad aparezca y pueda y deba traducirse como elocuente testimonio de acendrada gratitud, lealtad acrisolada, adhesión incondicional y amor puro y sincero hacia Aquel que, trocando al acercarse al pórtigo de esta su Iglesia, el cetro y la corona del Rey, por la ruda y tosca investidura del guerrero - monje, viene a postrarse a los pies de la suprema potestad del Cielo y Tierra, ocupando el puesto de honor que por derecho propio le corresponde en concepto de Gran Maestre de las Cuatro Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. -Al mejor cumplimiento de un deber, por todos títulos sagrados, obedece, Señor, la presentación de este humilde mensaje en el que quisiéramos interpretar vuestros augustos deseos, de conformidad con el linaje de sentimientos que lo inspiran; sentimientos que brotados espontáneamente al hervor producido en el alma por la lectura de esas páginas de oro donde viven coronados con la aureola de la inmortalidad tantos milla-res de héroes, de santos y sabios que, sin dejar de ser en todo tiempo el brazo derecho de la Monarquía española, dieron con usura días de inmarcesible gloria a la Religión y a la Patria, renacen, se agitan y se agrandan ante el grato recuerdo del que, acomodando sus loables empeños a las duras exigencias del momento, llevó a feliz cima, tras honrosas negociaciones con el Supremo jerarca de la Iglesia, la actual organización del Coto Redondo. Porque, aun a costa de apenar Vuestro regio ánimo será bien consignar cómo decretada abirato por desatentado poder enemigo de vuestro trono la muerte de esta Institución secular, un Rey joven y animoso como Vos, de corazón magnánimo, de valor rayano en la temeridad, llamado del destierro por la aclamación unánime del pueblo y el Ejército, dedica afanoso sus vigorosas iniciativas y primeros solícitos desvelos a la obra de sacar a nueva floreciente vida la que fue cadáver entregado a las burlas y profanaciones de mal velada piedad. ¡Qué destino tan providencial, Señor, el de estas esclarecidas milicias, y qué misión tan sacrosanta la cumplida por el augusto padre de V. M

Así engarzados como diamantes en áurea corona los girones esparcidos de feudal poder, volvieron al regazo de la madre Patria recobrando su perdida personalidad, amparados y protegidos en su doble vida espiritual y terrena por el Trono y el Pontificado. Justa ha de parecer ante los inapelables fallos de la Historia tan valiente reparación, y sabia y plausible fue además la idea de erigir en el solar elegido por el ilustre hijo de San Fernando para asiento de su Real Villa glorioso e imperecedero monumento que, a la vez que recordara a las futuras generaciones el postrero destino de tanta grandeza, sirviera de mansión y de lugar sagrado donde reposaran al abrigo de los guardianes del templo las cenizas aventadas por el soplo de una revolución malsana v descreída. Porque aquí, Señor, en este suelo que os habéis dignado honrar con vuestra real presencia, en la capital como en las vastas llanuras de este territorio, campo abonado para las caballerescas excursiones del Manchego Hidalgo, que el Príncipe de nuestros ingenios tuvo el honor de inmortalizar llevando el nombre español al destino confín del mundo civilizado; se respira todavía a través de ruinas veneradas el saludable ambiente que dejaron los defensores de la independencia nacional, aquellos que, apostados en los ásperos desfiladeros de Sierra Morena, hicieron frente cien veces al paso de los Muslimes, sacando triunfantes, a una, el lábaro de la Cruz y la bandera de la Patria. - Calatrava la Vieja y Calatrava la Nueva con los restos de sus formidables castillos sobre los que aún se destacan erguidas desafiando el huracán de los siglos las Torres del Homenaje, Almagro con su palacio maestral, Montiel, Salvatierra, Malagón, las Guadalerzas, Miguelturra, Alarcos, las Navas de Tolosa, denuncian con sublime elocuencia a los hijos de esta vigésima centuria, lo que fueron en su ayer las ínclitas y valerosas Ordenes Militares. ¿ A qué proseguir por este camino molestando la soberana atención de V. M. ? Estrecho y pobre este sagrado recinto para encerrar el cuerpo de tan gran gigante, triste y dolorosa impresión ha de apoderarse de vuestro real ánimo al visitar la Iglesia Prioral, acostumbrado como venís en las recientes excursiones giradas a los pueblos de vuestros dominios, a cruzar las anchas bóvedas de esas Catedrales góticas, preseas de lujo, joyas del arte en buena hora envidiadas por las naciones más ricas de la cristiana Europa. ¡Terrible contraste, Señor, entre la deslumbradora opulencia, timbres, blasones. ilustres ejecutorias de nobleza que ostentaron en sus mejores días y aún ostentan, en este vivir de ahora, esas aristocráticas milicias, y la pobreza y desnudez del templo escogido para custodia de tan altas remembranzas! ¡Cuánta distancia entre las suntuosas Basílicas que ofrece España a su egregio Soberano para rendir gracias a Dios de los ejércitos por !a prosperidad de sus viajes y la humilde Iglesia en que el Cabildo Prioral recibe al Gran Maestre de las Ordenes Militares! Llevad, Señor, la superior influencia de que disponéis como Jefe de Estado, al ánimo de vuestro Gobierno para que, en la medida que permitan los apuros y estrecheces del erario público, provea, si no a todas, siquiera a algunas de las más apremiantes necesidades que-a la hora presente nos rodean. Los gastos que exige la erección de la Iglesia Prioral se harán por el Gobierno de S. M. el Rey, dice a la letra en su artículo 17 el texto de la Bula "Ad Apostolicam" expedida por el inmortal Pío IX en 18 de noviembre de 1875, base única del derecho particular por el que se rige la Institución de este Priorato. Ya véis, Señor, que solo pedimos el cumplimiento de una ley solemnemente concordada entre las dos supremas potestades, ambas interesadas, llamadas ambas por altos destinos a robustecer y consolidar la obra de sus manos. Ciudad Real veintisiete de abril de mil novecientos cinco". "Señor a R. P. de V. M.-El Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Prioral".

En el atrio de la Prioral fue despedido S. M. el Rey D. Alfonso con los mismos honores que a la entrada, recibiendo caluroso homenaje del numeroso público que llenaba el paseo del Prado.


Fragmentos que cortaron de la Imagen de la Virgen del Prado. Esculturas que con estos fragmentos hizo el Lic. D. Antonio Poblete de Loaísa. Nuestra Señora del Prado en Lima. Hecho milagroso ocurrido en las aguas de los mares del Nuevo Continente por intercesión de la Virgen del Prado.

La sagrada imagen de nuestra Patrona, cuando fue hallada por Floraz en la cueva de Velilla de Jiloca, como decimos en otro lugar, era sentada, a la forma de matrona romana, figura que conservó hasta principio del siglo XVI que fue trasformada en la forma actual. La imagen fue mutilada por los pies y por delante en las rodillas, para que pareciese parada siendo como era sentada.

Algunos historiadores han censurado duramente dicha mutilación, sin tener en cuenta la mentalidad de aquellos tiempos en el que igualmente fueron transformadas más de cien esculturas de Vírgenes antiquísimas, -como indica Lafuente en su libro: "La Iconografía Mariana de España en la Edad Media". Ni siquiera tratan de investigar cuál fue la razón de tal reforma. Nosotros lo vemos de otra manera.

La intención de aquellos innovadores, no pudo ser otra, que el considerar la imagen parada más propicia para lucir mejor sus mantos, joyas y coronas, y parecer, de esta forma, que su divino rostro deslumbra más la belleza y la emotividad que causa en sus devotos. Otra idea no cabe en un siglo tan fervientemente religioso y con un rey tan católico como Felipe II. Darle a esta reforma otro carácter sí que es verdaderamente censurable.

Con los fragmentos cortados a la sacrosanta imagen, dice e! Padre Joaquín de la jara, célebre historiador de nuestra Patrona, que fueron hechas otras esculturas de Vírgenes pequeñas, siendo una de ellas, la tallada por Antonio Poblete de Loaisa, que él mismo llevó al Perú y en la actualidad, con la misma advocación del Prado, es venerada en la iglesia de Recoletas Agustinas de Lima, donde cuenta con numerosos devotos.

Pertenecía Antonio Poblete de Loaisa a una de las más distinguidas familias de Ciudad Real. Dedicó sus primeros años al estudio, graduándose de Licenciado. A la edad de elegir estado se casó con una mujer de conocida virtud aunque desigual en linaje. No agradó a sus parientes este matrimonio y por el cual llegaron a retirarle todo trato familiar. Tuvo una hija y, aunque tarde, quiso tomar oficio para mantener a su familia, Fue pintor escultor y a pesar que no descubrió gran habilidad en estos oficios, fue bastante para sufragar el sustento de los suyos, y realizar dos magníficas obras que le dieron gloria y celebridad en la posteridad. Fue, una de ellas, la pintura del cuadro de Nuestra Señora de los Remedios, en cuya ermita, hasta nuestros días, se le dió culto público. La segunda, la talla de la imagen de la Virgen que llevó al Perú.

El Rvdo. P. Alonso Villerino, agustino del convento de Almagro, en el tomo tercero de su "Esclarecido Solar", impreso en Madrid, año 1694, titula su capítulo 35 "Del convento de Nuestra Señora del Prado de la ciudad de Lima" en el cual se ocupa extensamente de la imagen tallada por Pobrete y de su escultor. Dice el citado Fr. Villerino que nuestro paisano fue, en aquellos tiempos, uno de los mejores hijos de Ciudad Real y uno de los más fieles devotos de la Santísima Virgen, elegido por la Divina Providencia para ser el propagador del culto de Nuestra Señora del Prado en las lejanas tierras del Nuevo Continente. A continuación nos relata cómo ocurrieron estos sucesos y las vicisitudes que tuvo que vencer hasta llevar a efecto su religiosa misión.

Había por entonces, entre los nobles de la ciudad, la santa costumbre de fundar "hospitalillos" de reducido número de camas para la asistencia de necesitados. Junto a estos hospitales se solía levantar una ermita en donde se daba culto a la imagen de la Virgen o Santo a cuyo patrocinio se había puesto la obra benéfica. De aquí las numerosas ermitas que existían en nuestra ciudad por les siglos XV y XVI. Cuando estos hospitales por cualquier circunstancia desaparecían, las ermitas quedaban abandonadas.


Una de estas ermitas, situada en la "era del cerrillo", fuera de las murallas de la ciudad, fue la de Nuestra Señora de Gracia. en donde Poblete halló, en el más profundo abandono, entre cortinas de tela de araña y montones de basura, una imagen de la Virgen, tan sucia, deslucida y maltratada, que solicitó del santero (que a su vez era pastor de cabras y había convertido el santo lugar en establo de su ganado) le dejara sacar la sagrada escultura para devolverle el debido adorno. El rústico se negó fuertemente, diciendo que no podía concederla sin el permiso de la dueña de aquellos terrenos, señora que allí le tenía puesto. Informado Poblete de las señas de la propietaria pasó inmediatamente a pedirle la imagen, ruego que fue gustosamente concedido.

Nuestro devoto escultor trasladó gozoso la imagen a su casa y allí, con el gran amor que le inspiraba la Santísima Virgen realizó su obra de reconstrución, con tal belleza, que todos los que la vieron quedaron admirados. Las iglesias de la ciudad hicieron pretensión de ella y el la concedió al templo de Santa Brígida en donde se fundó cofradía y se le dió culto bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación.

Por entonces, aún estaba sentada la imagen de Nuestra Señora del Prado. Parecióles a sus devotos que la imagen de nuestra Patrona aumentaría su belleza al ponerla como la de la Encarnación, y propusieron al licenciado Poblete si podría lograr el intento de poner la Virgen del Prado, en la misma forma que la de aquella.

Sigue diciendo el P. Villerino que, fueron muchos los escrúpulos puestos por Poblete para llevar a efecto tal obra, no atreviéndose poner sus manos sobre la sagrada imagen. Tanto insistieron el párroco, regidores y mayordomos de la Virgen, que al fin accedió a ayudar al escultor Francisco Carrillo que parecía estar más dispuesto. Cogió Carrillo el hacha y al quererla mover, sintió tal miedo, que casi se le cayó de las manos. El cura y regidores le animan. Al primer hachazo que dió Carrillo sobre la pierna izquierda de la imagen, que era la que más sobresalía, cayó una piedra de lo alto que si no causó daño alguno si llenó de terror a los presentes. Repuestos y movidos de que no podían dejar así la imagen, por estar destrozada y a medio cortar la pierna. empleando instrumentos más decorosos, terminó la obra empezada, dejando la santa imagen en la disposición que sus devoto deseaban. Sucedieron estos sucesos a principios del siglo XVI.

Los despojos, los más menudos, fueron repartidos como reliquia entre los presentes y debidamente guardados los fragmentos mayores.

Unos años después de estos sucesos, movido, quizás, por inspiración de la Divina Providencia, nuestro célebre escultor determinó pasar a las Indias, y sin despedirse de nadie, acompañado de su esposa e hija, sale de Ciudad Real con su imagen camino hacia el Nuevo Mundo.

Llegó a Sevilla, donde la tardanza del arreglo de la flota detúvole tres meses. Juntándose con esta dilatación las dificulcultades que encontró en la casa de la contratación para pasar a las Indias, le pareció fracasado su intento. Más, cuando ya su viaje parecía imposible, se encontró un día con un buen amigo, un tal Machuca, que pasaba con honorífica ocupación al Perú. Informado el referido Machuca del negocio de su amigo se ofreció ayudarle, y como de su familia llevó a Poblete y a los suyos hacia Cartagena de las Indias, capital de la Nueva Granada.


Se pusieron a bordo en abril del año 1576. Llegaron a Cartagena de donde pasaron a Panamá. Allí, Poblete y familia, con la venerada imagen, embarcáronse de nuevo con dirección a Puerto Perico, grupo de las islas del Golfo de Panamá. A pocos días, aunque navegaban con viento próspero, una fuerte tempestad puso en peligro la embarcación.. Sacó Poblete su sagrada imagen e implorando todos su intercesión, al momento sobrevino la Calma. En acción de gracias no cesan las alabanzas de aquellos marineros a nuestra Virgen del Prado, la cual, de este modo, se llena de gloria a su paso por los mares del Nuevo Continente.

Llegó Poblete y los suyos con la venerada imagen a la ciudad de Lima. Acompañado siempre de la imagen de la Virgen peregrina por aquellos países, y por todas partes, nuestra Excelsa Señora prodiga sus dones conquistando nuevos corazones.

Al morir la esposa de Antonio Poblete, éste determina ordenarse de sacerdote. Ya presbítero fija su residencia en la ciudad de Lima, ocupando una capellanía en el Hospital de San Diego. en donde, por primera vez, recibe culto público de los limeños nuestra Virgen del Prado.

Ya anciano el venerable padre Poblete de Loaísa, dona la Santa Imagen a las Madres Recoletas de la citada ciudad de Lima y en donde su hija había profesado. A su muerte fue enterrado en la capilla del citado convento, y en donde, desde hace cuatro siglos, recibe adoración nuestra Señora, Santa María del Prado.

Descripción histórica del Santuario de Nuestra Señora del Prado. Acta de la reconstrucción de la torre. Capillas y Camarín de la Virgen.

Los devotos aldeanos de Pozuelo Seco fueron fieles a la palabra dada a Colino. Rápidamente erigieron la primitiva Casa de su Celestial Señora. Muy modesto fue el primitivo templo de la Señora del Prado por la falta de recursos de los pozueleños, enriquecido después, a través de los siglos, con las valiosas aportaciones de sus devotos.

En el año 1244, cuando fue visitada la aldea por la reina doña Berenguela y sus hijos, los reyes don Fernando y doña Juana, recibió gran impulso la fábrica de esta iglesia, gracias a la ayuda de estos regios huéspedes. Por este tiempo fue elevada a la categoría de parroquia, bajo la advocación de Santa María del Prado, nombrándose los clérigos necesarios para su servicio.

Lo más antiguo que hay en Ciudad Real de arquitectura religiosa es la puerta principal de la iglesia del Prado de la calle de los Reyes. Esta portada, último resto de la iglesia primitiva, es de las postrimerías del siglo XIII. Tiene un arco apuntado, otras dos resaltados y con ligeras reminiscencias del arte bizantino. Los arqueólogos hacen notar que alguna vez fue desguazada y vuelta a montar, y tal vez no lo fuera en el mismo sitio, como indica algún error cometido en el nuevo montaje de sus dovelas.

Don Rafael Ramírez de Arellano, célebre arqueólogo, en su obra titulada: "Ciudad Real Artística" publicada en 1893, describe con todo detalle el Templo de Nuestra Señora, tal como él lo pudo observar a finales del siglo pasado. Empieza por la descripción del imafronte, consignando que, además de la puerta (le la calle de los Reyes, ya descrita, existe una claraboya de rosetones lobulados pertenecientes al siglo XIV. Y no habiendo en el muro huellas de dos construcciones distintas, supone el señor de Arellano que el desguazamiento del arco y la construcción de la claraboya pertenece a un mismo período, o lo que es lo mismo, que en el lugar del templo actual hubo tres: uno primitivo, al que corresponde la puerta en su primer estado, un segundo templo, al que pertenecieron la (puerta desmontada y vuelta a montar y el rosetón; y un tercero, el actual, en el que se respetó el imafronte del segundo, sin hacer otra cosa que voltear un gran arco, que se ve sobre el rosetón, y elevar los muros hasta la altura actual.

El imafronte no tiene nada de particular más que cuatro robustos botareles, hechos en el siglo XVII, para fortificar la fábrica que ya estaba ruinosa, cuyas obras de estribos y contrafuertes, según asegura don Inocente Hervás, en su "Diccionario", se contrató por la Iglesia con el maestro cantero, Ignacio Vélez Calderón, en julio del 1561.


Sigue detallando, el célebre arqueólogo, la parte de la iglesía correspondiente al paseo del Prado, empezando por la puerta, llamada del Sol, de estilo ojival decadente. La forma un arco adintelado encerrado en otro redondo, y éste a su vez, en un conopio que termina en un tope de grandes hojas de cardo. El tímpano, relleno, tenía en el centro una imagen en piedra de la \ "irgen y a los lados sendas macetas de flores con azucenas, que fueron las armas de la parroquia. En el tímpano del conopio se veían las armas de San Francisco, lo cual hace suponer que se hizo a expensas de la Orden o por lo menos con su intervención y ayuda. Las huellas de esta ornamentación fueron tapadas en las obras realizadas a principio de este siglo.

Esta portada está encajonada, entre un botarel que rodea al primitivo, siendo el actual de la misma construcción y fecha que los del imafronte y la sacristía vieja, obra del siglo XVI, que tiene por su parte exterior en una esquina un reloj de sol, un friso de bichas y caprichosas figuras del renacimiento y otro friso, junto al alero, formado por cabezas de serafines y discos convexos, ornamentaciones casi borradas en la actualidad. En el segundo cuerpo se abre una preciosa ventana de estilo compuesto, y que es un modelo del renacimiento, cuando iba perdiendo su carácter español para convertirse en el arte neolatino.

Sigue a esta construcción la de la sacristía nueva, que no tiene nada de notable y que fue construída en 1632.

Al lado opuesto al que acabamos de describir, presenta otra portada, la Puerta de la Umbría, del siglo XVI, con un arco ojival conteniendo otro adintelado y flanqueados ambos por graciosos pináculos. Toda la ornamentación está encerrada en un robusto arco saliente construído para fortaleza del templo.

La torre no ofrece nada notable. En el año 1.780 hubo que derribar la parte alta porque amenazaba ruina. El 20 de septiembre de 1817 se empezó su reedificación. Es muy interesante el acta que se enterró con la primera piedra de la obra, cuya copia figura en el libro 2 7 de bautismos de la parroquia, folio 100 y• vuelto y siguientes. Dice así:

"Copia de lo contenido a la letra en el pergamino colocado en una caja de plomo y está en la primera piedra de erección de la torre de la iglesia parroquial mayor de Nuestra Señora del Prado; en cuya caja se pusieron igualmente dos guías de forasteros, una del estado eclesiástico, secular y regular, y la otra del político Y militar, ambas de este año de 1817 con las monedas siguientes: un duro fabricado en dicho año, una pieza de dos cuartos del mismo, un real de plata de la proclamación de nuestro monarca don Fernando VII y un realito de ocho cuartos y medio de dicha aclamación".


"Principiáse esta torre el sábado día 20 del mes de septiembre año 1817 reinando en las Españas el Sr. Don Fernando VIL, gobernando la Silla de San Pedro, Nuestro Santo Padre Papa Pío VII, siendo arzobispo de Toledo el Excmo. Sr. Cardenal de Scala, Don Luis de Borbón, y Vicario eclesiástico de esta ciudad de Ciudad Real y su partido el Sr. Dc. D. Manuel Antonio del Campillo y Castaños; cura párroco de esta Iglesia Mayor de Nuestra Señora Santa María del Prado, el Sr. don Alonso López Noajas, Mayordomo de fábrica, don Pedro Sánchez del Pulgar, presbítero; intendente de esta provincia, capital de la Mancha, don Pedro Nolasco Vélez; corregidor, don Fermín Díaz; la planteó y construyó el arquitecto académico de mérito de la Real Academia de San Fernando, don José Joaquín de Troconiz; su aparejador, don Joaquín Romero, natural y vecino de esta ciudad".

"Beneficiados de dicha iglesia mayor, el dicho Sr. don Pedro Sánchez del Pulgar, don Lorenzo Antonio Gil de Almansa, don Juan Mata de Gómez y don Luis Valverde Saravia".

"Capellanes: don José Sabariegos, don Fernando Muñoz, don Benito Salcedo, don Dionisio Ruiz del Valle, don José María Ormaza, don Antonio García Alarcón, don Antonio Molina, don Santos Encina y los diáconos, don León Toral, don Agustín Al cázar, don Joaquín Maldonado y don José García. Sochantre, Tomás García; Organista, Fr. Juan del Santísimo; sacristán, Pedro Cazalla; pertiguero, Esteban González; campanero Juan Ruiz del Valle".

"Individuos del ilustre Ayuntamiento: regidores, don Diego Muñoz, don Vicente Curruchaga, don Félix Martínez, don Ramón García, don Manuel Mena, don Alvaro Maldonado y el síndicn, don Manuel Recio".

"Diputados: don Juan Plaza, don Juan Salcedo, don José Sendarrubias y don José Martín. Escribano, don Manuel Dávila; portero, José García; Alcalde barrio, don Juan Velázquez".

"Certifico, yo el Notario Mayor del tribunal eclesiástico de esta ciudad de C iudad Real, y del expediente de la obra; ser efectivo cuanto se expresa, y en fe de ello lo firmo. Pedro León Patiño. Lo escribió José Antequera, sacristán de dicha iglesia mayor".

El ábside, por su parte exterior, está rodeado de construcciones modernas; tales 'como el camarín de la Virgen.

La iglesia toda aparece cubierta sobre las bóvedas por arma dura y tejado `'y en la parte más alta del ábside hay una inscripción que dice: "Se acabó esta obra año de 1764, siendo cura D. Juan Antonio Fernández y Mayordomo, don Diego García de León".

Descrita la parte exterior, veamos el templo por dentro. En su parte interior presenta la iglesia un ábside poligonal cubierto por una grandísima bóveda de nervios que vienen a juntarse en florones dorados de forma estalactítica. En cinco de sus lados tuvo grandísimas ventanas con cinco parteluces cada una, de las que sólo dos están practicables, habiendo perdido las primorosas labores de la ojiva. Tres están tapiadas y cubiertas por el retablo mayor.

Aparte de la portada y claraboya del imafronte, que pertenecen a construcciones anteriores, lo más antiguo que existe, en este templo, es el ábside, pero con una antigüedad de un siglo por lo menos. Basta ver el ábside por la parte de afuera, en donde no tiene revestimiento de cal, y examinar las marcas de los canteros para apreciar que esta parte del edificio corresponde a comienzo del'"siglo XV.

La tercera parte o fase de ampliación de la iglesia del Prado se construyó, como tantas otras que en España se quisieron engrandecer, procurando se hiciera la obra sin interrumpir el culto. y por lo tanto se empezó por el ábside, lo más lejano de la iglesia primitiva, de manera que, al derribar la antigua ermita, se llevara a imagen de la Virgen a una buena parte de la iglesia nueva y- interrumpir un solo momento el culto.


Los constructores tuvieron el buen juicio' de no cambiar la orientación y al hacer el ábside dejaron hechos los arranques de la bóveda que había de seguirse construyendo delante de aquél. Concluyeron la obra en el transcurso de mucho tiempo, en el tiempo que media entre principio del siglo XV, en el que hicieron el ábside, y los fines del XVI en que cerraron las bóvedas de los pies de la iglesia. Obra de singular audacia y maestría, reduciendo a una sola y amplísima nave una iglesia de tres, apoyándose en sus viejos muros laterales de mampostería, reforzados por el exterior y elevados a doble altura, voltear arcos y bóvedas sobre un vano de diez y siete metros y medio de luz, empresa atrevida para los técnicos de ahora, que resolvieron con gallardía y soltura los maestros artesanos de entonces.

Por el lado del Evangelio, había un arco ojival, entrada de una de las antiguas capillas, según el padre Jara, con los escudos de armas de la Casa de Treviño, seguido de otro arco más moderno que da paso a la escalera del Camarín de la Virgen y a Ir, antigua capilla de los Foces. En el espacio en donde hoy está la citada escalera, estuvo la capilla de San Miguel.

En el fondo de la iglesia, hasta principio de siglo, ocupado por el coro, obra del renacimiento, muy parecida en su corte y pormenores a la sacristía vieja y al coro de San Pedro. Tenía muchos relieves representando santos de buen dibujo, metidos en sendos recuadros. La parte de mampostería fue construida en 1581 por el cura párroco, licenciado, Manzano, con Antonio Fernández.

En el lado de la epístola, dentro del ábside, había una capilla con bóveda de crucería del mismo gusto decadente de las construídas por Antonio Fernández. Tenía una reja de hierro repujado con los blasones de los Loaísas. Hoy sala capitular.

En el muro que da al medio día hay, borradas casi por completo por capas de cal sus bellas líneas y sus elegantes relieves, una lindísima portada del renacimiento, que fue la entrada de l.¡ sacristía vieja.

La escalera del Camarín de la Virgen, así como éste, tiene poco de particular, se construyó a finales del siglo XVII a expensas de don Felipe Muñoz, Contador de la Hacienda Real. En el libro que se conserva en el archivo parroquial de la Merced, con el núm. 546 y titulado: "Los esclavos de.la Madre de Dios del Prado de Ciudad Real" en el folio 47 da cuenta del siguiente suceso:

"En 5 de julio de 1698 años se empezó a construir la escalera del Camarín de la Virgen, Nuestra Señora del Prado. A las 4 de la tarde de este día, se levantó una tempestad de truenos y aire, y cayó una centella que dió en la aguja del chapitel de la torre del templo, y no hizo más daño que derribar la pizarra, y entró en la iglesia, que estaba con mucha gente, y no hizo agravio; feneció en la entrada de la torre. Fue tan grande el trueno que tembló todo el templo, cayendo al mismo tiempo muchos pedazos de enlucido de la iglesia. Dióse a Dios las gracias y _a su Santísima Madre".

En 1900 edificó a su costa una capilla el Canónigo Sr. Montes de Oca, y otra erigió a sus expensas también el Obispo Sr. Piñera en 1904. La primera se dedicó a Santo Tomás de Villanueva, Patrón de la Diócesis, y la segunda al Corazón de Jesús.

En resumen, nada notable ofrece la arquitectura de este templo, de forma gótica muy decadente, sino la amplitud y espaciosidad de su única nave, por muy pocas superada en sus dimensiones de altura, 24 metros; longitud, 53 y 18 de latitud. Esta suntuosa nave acusa variaciones en su construcción y cambios más o menos accidentales en el estilo, respondiendo a diversas etapas en la edificación total, siendo lo más deplorable las reformas, casi siempre desacertadas, que en ella se han ido introduciendo, a través del tiempo, hasta estropear el mérito que en un principio tuviese.


Texto con la narración de lo ocurrido en la ciudad durante el periodo de la dominación francesa y la protección de la celestial Patrona.- Primera colación de Ordenes Sagradas.- Consagración, por primera vez, de los Santos Oleos en el Santuario de la Virgen del Prado.

En el citado y famoso manuscrito del archivo parroquia¡, señalado con el núm. 10 18, sigue narrando su autor, cómo, los vecinos de Ciudad Real, en la época de la dominación francesa, acudían siempre ante la Stma. Virgen del Prado, unas veces, cuando las noticias eran favorables, postrados a los pies de la noticias eran adversas, de la Madre amantísima, Soberana daban gracias y, cuando las acudían también a llorar ante el trono seguros del remedio.

A continuación transcribimos textualmente lo que se dice en el referido documento de los actos celebrados en la ciudad con motivo de la victoria del Ejército nacional en Bailén. Dice así:

"En esta ciudad que siempre ha confiado en la protección y patrocinio de María Stma. del Prado, su Patrona, a quien ha recurrido en todas sus tribulaciones, segura de hallar el remedio de su notoria piedad, clara y manifiesta para con todos sus hijos, especialmente los elegidos por la misma Señora, en el momento feliz de su milagroso aparecimiento en nuestro patrio suelo; hallándose su Ilustre Ayuntamiento con la noticia y preparativos de batalla por el enemigo francés en los campos de Bailén, en los que. se hallaban nuestros aguerridos y valientes provinciales, para que ésta se decidiese en favor de la nación y se consiguiese la victoria, dispuso bajar de su Sacro Camarín a María Sma., como Patrona de dicho Regimiento Provincial y que se la hiciesen públicas rogativas, lo que tuvo efecto con notable concurrencia y unción del pueblo, autoridades y corporaciones que las asistieron y son de inmemorial costumbre, pero también lo tuvo la suplicada victoria, pues en el mismo novenario se recibió la plausible noticia de ella, cantándose en el momento el Te Deum en esta Iglesia, regando con lágrimas de amor y gozo su pavimento por todos los fieles en vista de tan claro prodigio, manifestado en el vencimiento y derrota del enemigo, cuyas tropas eran 1as más brillantes, instruidas y aguerridas de la armada pas eran las francesa, su número el de 18.000 infantes y 4.000 caballos, guarnecidas con el tren competente de artillería uno y otro capaz de terror y espanto; las mismas que vencieron y ganaron las decantadas batallas de Austerliz, Marengo y Jena, convirtiendo los campos en ríos de sangre y fuego, bajo el mando de su general en Jefe Dupont y su segundo Bedel, después de una sangrienta batalla dada en los días í 6, 18 y 19 de julio de 1808 obligando a este soberbio ejército, prisionero y vencido por la fuerza y bizarría de una tropa bisoña, poco aguerrida, bajo las sabias disposiciones de su General Jefe D. Francisco Javier Castaños, y del S. D. Teodoro Reding que lo era de la división en que se hallaban nuestros provinciales, bajo el mando de su coronel, D. Angel Pedrero, y del Mayor D. Miguel de Gerona, a unas vergonzosas capitulaciones, atendiendo a nuestras cortas fuerzas que llegaban a 12.000 hombres de todas armas, en cuya acción se distinguió dicho Provincial, indudablemente, porque batallaba bajo la tutela y protección de su Patrona, la misma que los dirigía para llenarlos de honor con la corona y palma de la victoria, y en reconocimiento, la hicieron una magnífica función, en acción de gracias, en esta su iglesia mayor, confesando en ella que el Dios de los ejércitos había decidido la batalla por los méritos de S. Sma. Madre y Patrona nuestra, cuyas glorias predicó el cura Vicario, D, Esteban Ramón Sánchez de León, de la parroquia de Santiago, a la que asistieron las autoridades, corporaciones y la mayor parte de la ciudad, en unión de estos victoriosos militares que con fuerza irresistible supieron humillar la arrogancia y soberbia de los contrarios a su Rey, Patria y Familias, llevando adelante el terror y el espanto que siempre, y en todo clima, ha causado el nombre español".

"Al día siguiente, -sigue diciendo el referido documento-, se celebró aniversario por los difuntos en esta acción, para cuyo acto se formó un espacioso túmulo que movía a devoción y ternura por su mucha elevación lúgubre, aparato y gran porción de velas y hachas que en él ardían, adornándole con trofeos militares coronas y palmas de laurel, formándose a su frente la competente guardia de los mismos vencedores que dirigían estos sufragios a sus difuntos hermanos de armas, la que unida con lo misterioso de la iglesia, imponía el mayor respeto y emoción en todos los fieles a la vista de la magestad, pompa y aparato con `que todo se celebra".


En este azaroso período de la historia de España no todo fueron alegrías en Ciudad Real. No tardaron los franceses en entrar en la capital de la Mancha y dejar en ella la guarnición que asegurase el gobierno del intruso José Bonaparte.

El 27 de marzo de 1809, sin oposición alguna, entró la avanzadilla francesa. Hacía unos días que, llenos de terror y pánico ante la proximidad de las fuerzas de Napoleón en esta ciudad, habían huido los vecinos a pueblos más seguros. Fue tan grande y general la dispersión y despoblación que las casas principales, los edificios públicos, el comercio y hasta las iglesias quedaron cerradas y calles enteras sin vecinos.

Los franceses se fortificaron en la Casa de Caridad (Hoy cuartel del Regimiento de Artillería), sin exigir más tributos que los ordinarios en un país conquistado. Respetaron los templos, y es más, ellos mismos encargaron funciones religiosas. El buen comportamiento de los invasores volvió la tranquilidad y, poco a poco, fueron regresando los fugitivos reintegrándose en sus cargos.

Se nombró una Junta Popular en la que figuraban don Alonso Pastor, los curas de las tres parroquias, el prior de Santo Domingo, los abogados, don Raimundo Quirós y don Antonio Buró. Fueron designados alguaciles mayores, don Ventura Carrión y don Angel Enriquez.

Duró poco tiempo esta tranquilidad. En 1810 ocurrió algo extraordinario, hecho que, para mayor fidelidad en su narración, a continuación transcribimos lo que textualmente se dice en los folios: 28, 29, 30 y 31 del referido documento. Dice así:

"Para que en posteridad y en toda época tengan los hijos de Ciudad Real la veneración y culto que es debido a su Sma. Patrona María del Prado Señora Nuestra, y no olviden el prodigio milagroso, claro y manifiesto que obró en favor de todos los moradores de este pueblo, sus casas y haciendas; sé relaciona como el día ?? de mayo de 1810, hallándose con guarnición francesa en fuente construido en la Real Casa de Caridad con toda solidez según. el arte de la guerra e invención del enemigo para custodia suya, inexpunable a no ser por un grueso ejército y cañones de batir según sus torreones, fosos, rastrillos de frisas, con estacadas, tribunas de observación, troneras y antepechos que en su grande extensión tenían, aún en lo interior de la casa principal y tahonas, corte en la calle de Toledo, plazuela de San Antón, calle de Pedrera, con inclusión de las huertas inmediatas y alguna casa de los vecinos que demolieron por su dominación; apareció la partida de guerrilleros (con el título de Brigans por el enemigo) al mando de Ventura Jiménez, un mísero arriero, sin sombra de milicia, hasta el número de 300 hombres de a caballo, estos dispersos y reunidos uno de cada pueblo, sin uniformidad en armas y vestido, hizo mansión en este pueblo y al segundo día pasa un parte al Comandante francés intimándole la rendición, quien lo desatendió con mofa y desprecio; repite otro que al no entregarse pasará a cuchillo toda la guarnición del que se ríe también teniendo a menos la contestación y al efecto no la dió, pero si se indignó contra el vecindario al verle mezclado con los individuos de partida, con armas en las manos, y aún insultándole con acciones indecentes que él mismo observaba desde sus viseras y fortaleza: ocurría también el que diariamente, había de dar esta noticia una o dos veces a la guarnición que había en Almagro, cuya comunicación se le intercetó tomando los caminos dichos partidarios los que también impidieron la entrada de sus diarias raciones, y noticias que en cada hora se le daba al citado Comandante. de lo ocurrido en el pueblo; todo lo cual encendió con mayor actividad el fuego y furor contra sus vecinos. El día segundo de estos altercados visto por Ventura el ningún afecto de sus parlamentos determina construir un parapeto de madera, y que dirigido este por el paisanaje, conducido con cuatro ruedas llegue hasta el foso de su fortaleza resuelto a demoler el primer parapeto de mampostería cuya empresa hubiera costado muchas vidas, y en efecto se hizo la maniobra de madera por dirección de uno de sus oficiales y para el intento se colocó en la plazuela de Don Diego Muñoz (hoy plaza de José Antonio), pero estando el director en ella observando la fortaleza para emprender la acción le dirige el centinela un tiro del que le quita la vida, quedando muerto en la esquina que llaman de Delgado (hoy calle de la Rosa), siendo esto como las cinco de la tarde, pero habiendo llegado a noticia del referido Ventura, viene a el pueblo como a las siete de la noche, que para mayor confusión era oscura y fría, hace llamar al pregonero y que a voz de este se publique un bando por toda la ciudad que en aquel momento se hubiesen de reunir todos sus vecinos sin distinción de personas en la plaza pública y campamento que tenía en la era del Cerrillo, llevando cada uno toda clase de armas, picos y azadones pues se iba a dar el asalto a la fortaleza y degollar la guarnición, y en efecto, se ejecuta el mando al son de caja y acompañamiento de partidarios y en su observancia da principio la reunión de todas gentes por lo terrible del pregón que amenazaba de muerte a el que no le obedeciese, siguiéndose a este primer movimiento, un general llanto en todas las familias y casas de la población, unas llorando a sus padres, otras a sus maridos, hijos y hermanos y todas lamentándose como quien mira próxima y cercana su muerte, corriendo en la mayor amargura a el templo de Santa María del Prado, en quien colocaban sus corazones seguro del consuelo y remedio en tan claro conflicto, y a la verdad esperaban, con justa razón en su Patrona la que viendo tantas lágrimas vertidas en su Santa casa movió el ánimo de las personas del primer orden para que hicieran ver a Ventura la sangre que iba a derramarse 'y sin ningún fruto atendiendo a la confusión 'de la noche, su oscuridad y a la ninguna dirección que podría darse a las gentes, por la algazara y bullicio con que se conducían que suspendiéndolo hasta el día siguiente podría conseguirse el intento con menor sacrificio cuyas razones tocáronle al corazón y así lo concedió".


"Amaneció el día tercero del cerco, que lo fue el mismo en que nuestra Santa Patrona quedó en este patrio suelo para ser la expiación de toda adversidad y cuanto la naturaleza se despierta a su aspecto humillante penetrando la prodigiosa fuerza de 'su fuego celestial, la densa oscuridad de las tinieblas, vivificando y reanimando millares de avecillas que se anidan entre las hojas de los bosques, que después se arrojan acá y allá con la gracia y la donaire propio suyo, que con canto alegre y sonoro saluda a: nuevo día, resuenan por las calles y plazas de esta ciudad las desordenadas voces de los partidarios convocando al pueblo para la reunión e intento proyectado, sin atender ni reflexionar la fiereza del enemigo y sus continuos artificios para apropiarse los bienes de la pobre viuda sin apoyo, del huérfano desamparado, como bestia feroz y carnicera en figura humana, y en efecto, este pueblo obediente cuan otro Isaac al sacrificio que se le preparaba, alármase, y se dirige a la era del Cerrillo, donde 'se hallaba la fuerza de la partida a la cual fue conducido el anciano respetuoso, el mancebo desenvuelto y poco tímido, el marido amante de su esposa y el obediente hijo de familia, todos a la fuerza y exalando suspiros con la pena de dejar dentro de la muralla los dignos objetos de sus atenciones expuestos a los insultos y desacatos del enemigo y así es que por dentro y fuera de la ciudad no se oía otra cosa que lamentos y exclamaciones dolorosas, semejantes a el que en sana salud ve próxima y cercana funesta desgracia, pero ¡oh, impoderablemente felices y dichosos los hijos de Ciudad Real aquellos para quienes jamás se ausentará el Divino Sol de María Santísima del Prado, su Patrona, y que pronto cesarán vuestras lágrimas y desaparecerán los temores! A la verdad así sucedió".

"Viendo, pues, el Capitán General francés establecido en Almagro el retraso de sus diarios partes y sumo silencio que se observaba sobre el estado de guarnición que puesta tenía en esta ciudad: comanda una gruesa partida de caballería e infantería con dos cañones volantes y un obús y orden expresa de incendiar el pueblo y pasar a cuchillo sus habitantes, cuyo mandato cruel e inhumano sabido por don Antonio Porras, abogado de los Reales Consejos, natural y vecino de esta ciudad, pasado al enemigo, por indiscreciones de partidarios con quienes tenía expuesta continuamente su vida, y ¡presentado al Capitán General le dice: Señor, esa ciudad contra quien se impone tan sanguinario mandato es mi patria y a la que debo el ser con mi descendencia. y no puedo menos de clamar por su favor, y si merece el castigo del degüello, aquí estoy postrado para recibirlo, y no me separaré hasta alargar mi cuello al sable o conseguir el perdón, tanto de mis (parientes como de todos mis convecinos, y en efecto, así se lo concedió, cuya gracia comunica al momento al comandante de la partida, y a seguida vuelve a instar ante dicho Sr. Capitán General omitiese el incendio y saqueo, siendo tan enérgicas sus expresiones que, de un lobo feroz supo transformarle en manso cordero, contentándose solo con imponer a la Ciudad cierta suma de maravedises; y siguiendo la partida francesa su dirección encuentra con la avanzada de partidarios a quienes avanzan con un continuado fuego de sus armas y cañones: llegan a las murallas de la ciudad los unos en precipitada fuga y los otros en su seguimiento lo que observado por el vecindario permanente en la era del Cerrillo desaparece y lo mismo la citada partida, y al funesto estruendo del cañón sale de la fortaleza la guarnición enemiga, a quien se había insultado por espacio de tres días, cuyo Comandante (cual mastín irritado y rabioso a quien un veneno roedor y mortal le despedaza el corazón cada vez que respira, que corriendo sin tino a una y otra parte todo lo embiste y derriba, todo lo muerde y despedaza, que con la boca abierta, los dientes agudos y la lengua colgando y palpitante ya se precipita en los valles, ya aparece en los cerros, ya atraviesa los montes, siendo al mismo tiempo el terror de las ovejas que antes guardaba y de los lobos sus enemigos, que no conoce pastor, mayoral ni zagal, y que exhala,y esparce por todas partes el mismo contagio que le devora) manda hacer fuego a todos sus soldados formándose con él de sus auxiliares un vivo infierno por dentro y fuera de la ciudad, cuyos vecinos corren como fuera de si y en la mayor amargura a el templo de Santa María del Prado, recordándola envueltos de lágrimas que en aquel día había quedado milagrosamente por su amparo y Patrona, y así que todos confiaban en sus piadosas entrañas; otros más tímidos se ocultaban sobre las bóvedas y bajo los altares, esperando la victoria cual otros betulianos de su valerosa Judit ocurriendo en esta recopilación de amargura la casualidad (a nuestro entender) de haber dado a luz Josefa de Vera una hermosa niña junto a la pila bautismal donde se hallaba refugiada, a la que para memoria se bautizó sin salir de la iglesia, poniéndola el nombre de María del Prado Urbana, como consta en su partida al folio 29 vuelto 2.° del libro empezado en año 1809, en cuyo parto no tuvo la menor novedad esta interesada niña. Los sacerdotes seculares y regulares se prestaban la absolución los unos a los otros, tanto en sus casas como en la calle y plazas, como preparándose a el último fin, y lo mismo los demás vecinos que tenían sensualidad y preveían los desastres de la guerra y sus terribles leyes. Por último sale el Gobierno al frente de ambas partidas francesas acompañado de las personas más condecoradas de la ciudad y que en aquella amarga tribulación pudieron reunirse y con sus exclamaciones sabias templan la furia de los dos Comandantes y quedan satisfechos con la suma de maravedises prometida, en cuyo intermedio los vecinos refugiados en este ternplo dirigían sus corazones, sus lágrimas y peticiones al trono de misericordia por las manos de su Santísima Patrona, y en efecto, clamando a María Santísima llama aceleradamente a las puertas uno de sus buenos vecinos diciendo ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!, sirviendo este anuncio de mayor aumento de lágrimas de todos, pero derramadas ya de gozo afectuoso a su Virgen del Prado, porque tan claramente los libraba de la furia de sus enemigos, en gratitud de lo cual publicara Ciudad Real hasta la posterioridad ser el día grande, magnífico y de su eterna memoria en el Señor San Urbano de 1810, especialmente los que con su corazón puro conserven una sólida devoción a su amante Patrona, la más digna del verdadero amor".


En el libro de bautismo, número 28, folio 187 y siguiente, encontramos algo interesante: el detalle de la primera colación de Ordenes Sagradas y la Consagración de los Santos Oleos, celebradas por el Obispo de Caristo, Auxiliar de Madrid, ante el trono de Nuestra Celestial Patrona.

Importante acontecimiento que transcribimos íntegro del referido documento y que dice así:

"Hallándose la mayor parte de España poseída por los enemigos franceses, sus fortalezas tomadas, nuestros católicos reyes desposeídos de sus tronos, y llevados a la Francia por la astucia y maldad de Napoleón, con todas las personas reales, afligiendo a los españoles con los desastres de una injusta guerra por espacio de seis años, coronando a la fuerza a su hermano José, obligando a esta Nación lo aclamasen su rey, lo que se hizo con demostraciones puramente exteriores y haciendo disimular con crecidas guarniciones de sus pérfidos soldados, acantonados en los pueblos y ciudades (como se verificó en esta desde el 27 de marzo del 1809 en que el ejército enemigo penetró en el puente de Nolaya, después de sufrir un vivo fuego de artillería el día 26, Domingo de Ramos este año, en el que manifestó el paisanaje el amor a la Patria y su Rey por el crecido número que se congregó alarmado con la tropa y en su entrada se siguió una casi dispersión de sus vecinos abandonando sus casas e intereses, juntamente con los sacerdotes y religiosas de sus conventos quedando la ciudad en una extrema amargura y soledad, con sus iglesias y templos cerrados, en lo que recibían mayor desconsuelo careciendo de los Divinos Oficios en toda la Semana Santa, hasta que regresado a esta ciudad e iglesia su Cura Párroco con uno de sus beneficiados, don Juan de Mata Gómez, llevados del amor a sus feligreses, de su ardiente celo, e intrepidez por la Ley Santa de Dios, dió principio a la celebración cantando la Salve, en el Sábado Santo, a María Santísima nuestra Patrona, a cuyo repique de campanas se congregaron en su templo llorosos vecinos de tan aflijida ciudad, con el pálido semblante manifestaban la tristeza de su corazón, al mismo tiempo que rebosaban su gozo, y ya temían al verse postrados delante de su favorecedora y compasiva Madre, el efecto y verdadero amor que los nobles españoles tenían y conservaban a su llorado prisionero, Rey Fernando VII. En esta época tan lamentable y digna de eterna memoria: Estando la ciudad de Toledo y corte de Madrid por estos inhumanos ejecutores de la maldad, y viéndose emigrado, fugitivo y ausente de su centro el M. Iltmo. Sr. Don Atanasio Puyal, Obispo de Caristo, Auxiliar de Madrid, Gobernador del Arzobispo, por Excmo. Cardenal de Scala. Don Luis de Borbón, Arzobispo de Toledo, emigrado en la ciudad de Cádiz, única fortaleza que con la isla de León,' Cartagena y Alicante, fue libre de la tiranía de tan dilatado ejército que pasaba de 500.000 soldados de todas armas, regresó a esta muy noble y leal ciudad de Ciudad Real la tarde del 3 de abril de 1813 y celebró las Ordenes menores y mayores en esta iglesia parroquial de N. Sra. Santa María del Prado la Mayor, habiéndose recibido a S. 1. con repique de campanas, saliendo formado todo el clero a la puerta de la iglesia con sobrepelliz, capa, cruz procesional de color blanco, llevando el hisopo el Sr. D. Pedro Sánchez del Pulgar, como teniente beneficiando más antiguo, el que dió a S. I. quien bendijo al clero y pueblo numeroso que se hallaba congregado; después pasó a las gradas del altar mayor donde hizo oración secreta a S, M, sobre una almohada de damasco puesta a este fin y concluída pasó a las menores Ordenes sentado (en el mismo sitio) en una silla de brazos asistiendo los señores Don Luis Valverde y Saravia para la obtención del báculo y para la de la mitra, Don Juan de Mata Gómez, ambos de sobrepelliz, y tenientes beneficiados de la misma, y concluídas que fueron se despidió a S. I. en la misma forma que se recibió. Las Ordenes Mayores fueron celebradas en la mañana del día 4 a las que asistieron los señores que quedan relacionados; y a su final hicieron los que la recibieron procesión por fuera de la iglesia llevando la cruz y ciriales, saliendo por la puerta de la umbría y entrando por la del Sol, no llevando capa en ella; y para que todo conste lo signo y firmo yo José Antequera, juntamente con el Sr. Cura como notario propio y ordinario de diligencias del Tribunal eclesiástico de esta ciudad y su partido, en ella a 4 de abril de 1813. Es testimonio de verdad. Un signo notarial. Dr. Alonso López Noajas (rubricado) José Antequera (rubricado) ".


Y sigue el citado manuscrito:

"En la muy noble y leal ciudad de Ciudad Real en 15 días del mes de abril de 1813. Por las mismas circunstancias que quedan relacionadas en la anterior noticia, dicho señor llustrísimo siguiendo los pasos que en toda época han dado nuestros antepesados de celebrar y hacer en esta iglesia parroquial de Ntra. Sra. Santa María del Prado la Mayor todas las funciones de preferencia, desde que se verificó la fundación de esta ciudad por el milagroso aparecimiento de María Santísima, como bien claramente se evidencia por la memoria que de unos a otros ha ido descendiendo hasta nuestros días, y de los muchos testimonios que lo publican conservados en las Casas Consistoriales y archivo de su iglesia y sobre abundantemente pone a nuestra vista los reales estandartes, pendientes en las bóvedas de su magnifico y suntuoso templo, de los Reyes coronados en las Españas verificó en ella la consagración de los Santos Oleos conforme lo ha de costumbre en la Santa Iglesia Catedral de Toledo, para cuyo fin se dispuso una espaciosa mesa junto a las gradas del Altar Mayor con cinco varas de longitud y dos de latitud cubierta de blanco adornada en la forma más agradable que presentaba una greca de galón morado y hojas de laurel, sobre la cual se pusieron cuatro floreros de mano en esta forma: en medio de ellos un crucifijo de plata con seis candeleros y velas encendidas, y las celebró S. Ilustrísima de Pontifical, asistiéndole como Maestro de Pontifical con capa blanca el Sr. D. José Ortega y Ganedo, Vicario Visitador Juez Eclesiástico Ordinario de esta Ciudad y su partido, con dalmáticas el Sr. Cura propio do dicha parroquia y el Dr. Bartolomé Martín de la de San Pedro; de Ministros del Altar. también con dalmáticas Don Esteban Ramón Sánchez de León, Cura Vicario de la de Santiago, y Don Pedro Sánchez del Pulgar, Teniente beneficiado de esta Santa María, asistentes de báculo, Don Serafín Pinto, cura propio de Ballesteros y para la mitra, Don Juan de Mata Gómez, también teniente beneficiado de esta iglesia, sirviendo de Maestro de ceremonia el de la Santa iglesia de Toledo, vistiéndose de presbíteros los señores don Lorenzo Almansa, teniente de cura, Don José Sabariegos, Don Jacinto Cruz, Don Antonio Alarcón, Don Antonio Molina, Don Benito Salcedo, capellanes de dicha parroquia, con don Francisco Mohino, teniente beneficiado, don Antonio León, Don Juan Palacios, Don Ramón Valverde, Don Manuel Rivas y Don Antonio Sendarrubias, los tres beneficiados de- la de San Pedro y los dos capellanes de la de Santiago, y de diáconos, Don Dionisio Ruiz del Valle, Don Juan Toral, Don Santos Encina, Don José Toral, Don Francisco Cárdenas, Don José Carrillo y Don Manuel Calderón de la Barca, capellanes asistentes del coro de la parroquia citada de Santa María del Prado, siendo los vestidos de subdiáconos Don José Cortés, Don José Orosco, Don Francisco Delgado, Don Antonio Acevedo, Don Pedro Moján, Don José Morales y Don José María Ormaza, asistentes al mismo coro y los anteriores a San Pedro y Santiago para todos los cuales se colocaron en las dos bandas de la mesa veintiséis sitiales de demascos, dejando lugar suficiente para el servicio de ella, y en su cabecera, mirando al Altar Mayor un reclinatorio para S. Ilustrísima, este de tisú y junto de él la silla de brazos con almohadón a los pies, sobre la cual pendía de la bóveda un dosel bordado de todos los metales: y a sus lados otras cinco sillas, también de brazos, éstas para los ministros del Pontifical y Altar; quedando otro dispuesto en la sacristía con frontal blanco, en' el que se colocaron las crismeras o ampollas hasta tanto que la sacaban en procesión formadas con ellas y los subdiáconos hasta la mesa de la consagración en la iglesia, a las que asistía la cruz procesional con acólitos, y concluída la ceremonia de la consagración se despedía a S. llustrísima como ya queda expresado; quien igualmente tuvo a bien de asistir a las tinieblas de Semana Santa, para cuyo fin se colocó la silla con el almohadón y reclinatorio con dos palmatorias en 61 en la mediación del coro, teniendo a los señores asistentes a la derecha e izquierda como asiento de preferencia, debiéndose advertir que las ampollas de la consagración fueron sacadas de Toledo cuando esta ciudad se hallaba con guarnición francesa, todo lo cual se estampó para que conste signado y firmado por mi, José Antequera, con el Sr. Cura como notario propio y ordinario de diligencia del Tribunal eclesiástico de esta ciudad y su partido en ella a 16 de abril de 1813. En testimonio de verdad; hay un sello notarial. Dr. Alonso López Noajas (rubricado) José Antequera (rubricado").

En el año 1931 al ganar democráticamente la república muchas iglesias fueron saqueadas y quemadas, no se salvó Ciudad Real de estos hechos y en Noviembre de 1936 ya en plena Guerra Civil, cuentan los que lo vieron:

Tiraron a la Virgen del Prado al suelo y quedó enganchada en los candeleros, que volvieron a empujarla y calló al suelo desecha en pedazos, menos el Niño que quedó intacto, indignados lo destrozaron y quemaron todos los restos en el garaje de Solís.

Durante la guerra la Catedral fue usada como garaje y también como albergue de tropas republicanas. Ciudad Real no tuvo nueva imagen hasta el primer día de Junio de 1940, tallada por el escultor catalán Vicente Navarro y policromada por Carlos Vázquez Ubeda, pero en 1949 la carcoma empezó a invadir la imagen por lo que hasta el 5 de Abril de año 1950 no se realizó la nueva talla por los escultores valencianos José María Rausell Montañana y Francisco Lloréns Ferrer, que es la que actualmente veneramos.

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